La única experiencia que todo escritor compartirá es la angustia. La creativa que denominamos con mil eufemismos, incluyendo el nombre de esta web. La hoja en blanco, la mente igual, no saber qué escribir, acerca de qué o cómo hacerlo, adónde dirigirnos con la historia o si tendremos la suficiente habilidad (quizá confianza) para llevarla a buen puerto sin que naufrague.
Ella dice que no sale, tú te dices que no vales y entonces lo dejas, porque es demasiado. Pero vuelves y otra mañana es la misma historia, una que no eres capaz de contar.
¿Cómo eliminar esa angustia y que no nos afecte su bloqueo?
Nos pasamos media vida tratando de responder a eso, pero es hora de hacerse mejores preguntas.
¿Y si esa angustia fuera buena?
¿Y si estuviéramos equivocados con ella? Al menos, que lo esté el discurso más extendido que sueles leer por ahí.
¿Y si no hay que confrontarla?
¿Y si, como pasa con otros aspectos incomprendidos y naturales del arte, como el síndrome del impostor, lo que hay que hacer es, simplemente, sentarse a su lado, escucharla y abrazarla, como en aquel cómic genial de Neil Gaiman?

Porque esa angustia creativa es, precisamente, lo que hace a un buen escritor. Lo que demuestra que el arte le importa.
Porque sí, hoy he venido a decir que la duda, la hoja en blanco, el bloqueo y la imposibilidad de volcar sobre el papel lo que llevas dentro es buena.
Todos esos falsos comienzos, las vacilaciones, la imposibilidad de seguir escribiendo significa que consideras a la escritura como especial. Que no es otra cosa más. Que te importa como para no hacerla de cualquier manera o rendirte a los pasos y fórmulas de los que venden mucho en El Corte Inglés o conquistan Planetas.

El mejor trabajo de un escritor está enraizado en la duda, los miedos y todo lo que nos mueve de verdad y moverá a los que nos leen. Así conectará con ellos porque, en el fondo, la incertidumbre es la esencia de la vida y también la compartimos todos, escribamos o no. Por eso, los lectores nos reconocerán y se reconocerán en lo que contamos, si es lo bastante honesto.
Si quieres o puedes resolver de cualquier forma tu historia, o todos los caminos te parecen igual de buenos para avanzar en ella, entonces no estás bajando a ese pozo que da miedo para sacar de una vez lo que llevas dentro, darle luz y confrontarlo. Si el bloqueo y la duda son cosa de otros, porque cualquier cosa sirve y nunca tienes problema para seguir y terminar, las verdaderas historias que viniste a contar seguirán dentro de ti.
Los enemigos del poeta, los externos y sobre todo los internos, son, paradójicamente, su regalo, lo que le permite hacer arte.
«De nuestras disputas con los demás hacemos retórica, de las disputas con nosotros mismos hacemos poesía». William Yeats.
Como con el síndrome del impostor, que todo el mundo se empeña en eliminar en 5 fáciles pasos, yo vengo a decir que es mejor amar la angustia que apartarla. Que la mires y la escuches porque ella cuenta las mejores historias, si nos atrevemos a confrontarlas y exponerlas.
Muchas veces, vencer a la hoja en blanco no es una cuestión de talento, sino de valentía. De coraje para escribir de una vez todo eso que nos traumatiza, nos da vergüenza, nos expone y nos vuelve vulnerables, lo que evitamos por estupideces como creer que no gustará a lectores, editores o mercado.
Ya sabes, que les jodan a todos.
Nuestro miedo quiere preservarnos de todas las formas posibles, aunque sea encerrándonos en un mundo muy pequeño. Muy pequeño, pero muy seguro, dice, donde no llega el juicio de los demás. Un mundo sencillo, donde contar cosas superficiales por las que nadie vendrá a decirnos nada desagradable.
Pero escribir lo seguro es hacerlo al ritmo del miedo, ser dominado por él en lugar de confrontarlo. Y eso a lo mejor tiene ventas y premios, yo qué sé, pero no se parece a ese arte que te inspiró una vez para que decidieras dar el paso de crear.
El constante intento de eliminar la angustia, de mitigarla, de encontrar trucos para deshacernos de ella o no escucharla es no haber entendido aquel cómic genial de Neil Gaiman.