Siempre he hablado de que la mejor escritura se encuentra en los límites. Los de nuestra capacidad, los de los temas que no nos atrevemos a tratar o de las cosas que llevamos dentro queriendo salir, aunque nos aterren. Especialmente, cuando nos aterran.
Al fin y al cabo, no podremos agrandar nuestra escritura si no caminamos por su frontera y extendemos el territorio que pisa, al menos un poco.
En ese mismo sentido, creo en escribir hasta arrinconarse. Hasta llegar a un lugar en el que no sabes cómo vas a salir, ni tienes idea de cómo continuará. Si algo te impulsa en esa dirección, aunque la veas cerrada, sigue por ahí hasta darte con la pared. Eso tiene su riesgo y lo vemos en demasiadas historias, porque suele pasar que la resolución o continuación es anticlimática comparada con el camino que llevó hasta ella.
Ese riesgo es deseable y muchas veces no podremos salir del rincón en el que nos hemos acorralado nosotros mismos y no pasa nada, una papelera llena es signo de salud. Sin embargo, cuando te sale, recuerdas por qué escribes y encuentras esa historia que no sabías que tenías dentro.
Además, cuando te arrinconas, obligas a tu cabeza y a tu inspiración a trabajar, a obsesionarse, a frustrarse y, por tanto, a estirarse y crecer para poder superar lo que hasta ese momento era capaz de detenerte.
Haces algo que no esperabas ni pensabas, y así es como agrandas esa frontera de la escritura de la que siempre hablo.
En definitiva, es ponérnoslo difícil y no saber cómo saldrá. Lo contrario son esas historias mecánicas y encerradas en una planificación que mata lo más importante, el sentido de exploración de la escritura.
Ya he dicho en más de una ocasión que una historia se revela realmente sólo cuando la escribes, y suele tener la manía, si es que nosotros tenemos ese poco de suerte que hace falta para todo, de no ir por donde creías al principio. Los personajes adquieren una especie de vida propia y decisiones que no esperábamos, mientras que aparecen caminos en el argumento que no teníamos en el mapa que dibujamos al principio.
Hay quien lo anticipa y planifica todo de antemano y me parece bien, cada uno con lo que le funcione o guste, pero eso deja poco lugar a la sorpresa y a esos caminos aparentemente cerrados, en los que nos obligamos a ser más de lo que éramos antes de empezar, a fin de sortear el callejón sin salida.