Ayer encontré un viejo disco duro. Lo conecté y tenía películas, música y copias de seguridad de principios de los 2000, que no creo que hagan falta ya, pero ahí van a seguir porque sólo necesitas lo que tiras.
Y también había una carpeta llamada «Escritura».
Dentro de ella había relatos, ideas, proyectos de novela escritos hace mucho más de veinte años ya, guardados y olvidados en ese cajón. Abrí esa carpeta con reticencia y no recordaba aquellos archivos, pero mi reparo se debía a que no soy aficionado a echar la vista atrás en general y, sobre todo, a mi escritura en particular, porque lo que leo no me gusta o porque, quizá, a quien leo no me gusta, no lo sé.
Sea como sea, abrí uno de los archivos y era el relato de un hombre que corría, lo leí y, para mi sorpresa, no lo odié. De hecho, me gustó bastante. Los bordes los limaría de otra manera hoy, pero tenía una frescura, tenía una ilusión, tenía un estilo diferente… Tenía cosas que he perdido por el camino.
Y me resultó muy curioso porque refuerza una sospecha secreta que siempre he tenido, que en el camino de la escritura no he avanzado siempre hacia adelante, sino que ha habido épocas en las que he empeorado bastante y durante mucho tiempo. Y lo digo en serio. Leo otros relatos, escritos diez años después de aquellos y no puedo soportarlos. Por eso pensaba que con esas páginas sería aún peor, pero no.
De hecho, como todos tenemos suerte alguna vez, leí otro relato de aquella misma carpeta, por si acaso el primero era de esas cosas que siempre deben salvarse de una quema. Y a la nueva historia tampoco la odié. De hecho, me alegré y pensé que no estaba mal y que me empezaba a caer bien quien lo escribió.
Los temas eran otros, yo era otro, las palabras también, pero entre las líneas de esas historias encontré algo que perdí por el camino y no sé cómo recuperar. Algo que me hace pensar que el sendero de la escritura es más retorcido de lo que parece y no todos los caminos llevan hacia adelante.
Si estoy en lo cierto y, al menos en mi caso, empeoré durante bastante tiempo después de aquellos escritos, no estoy seguro de si eso fue necesario para llegar a donde me encuentro hoy, o si solamente supuso un retraso. Supongo que puedo recurrir al tópico de que somos lo que somos por todo lo que hicimos, pero odio los tópicos.
A lo mejor, simplemente leo con cariño aquellos escritos porque he caído en la trampa de la nostalgia, porque traen el recuerdo de días en los que pensaba, como todos, que iba a salvar la literatura.
Pero la literatura no necesita ser salvada.
He pensado en repasar de nuevo los escritos de ese antiguo y lento disco duro. Quizá el viejo de ahora le pueda aportar algo al joven de entonces. Y con la suerte que hace falta para todo, a lo mejor el joven de antes también puede enseñar algo al viejo de ahora. Quizá un poco de aquel amor en bruto y la sensación de que la página y la vida eran mi campo de juegos.
Lo cierto es que la pregunta que empezó a flotar sobre esos relatos me sigue susurrando al fondo de las cosas. ¿Es ese empeoramiento subjetivo del que hablo algo real? Si lo fue, ¿era necesario para poder llegar a los sitios en los que he escrito mejor?
También está la inquietante hipótesis de que mi sospecha es cierta y, simplemente, empeoré, como muchos se pierden por el camino. ¿Y si quizá también estoy perdido ahora, pero creo, como la mayoría, que escribo mejor que antes?
No sé si esta es una sensación compartida, o si todo el que escribe nota que siempre avanza, aunque sea poco a poco, sin desvíos ni retrocesos. De todas maneras, soy consciente de que el juicio sobre la escritura siempre es tramposo. Que lo que parece maravilloso hoy, será un horror mañana y viceversa.
No sé, preguntas que uno encuentra por los rincones, metidas en un disco duro que hace un sonido inquietante cuando gira.