Francis Scott Fitzgerald, autor de El Gran Gatsby, Suave es la noche y creador de algunos de los mejores cuentos que he leído nunca: Babylon revisited, Winter dreams…
Eso sí, sucede que Fitzgerald fue otro rufián de la generación perdida en el París de los 20 y, oh sorpresa, uno de los amigos íntimos de Hemingway.
Sí, tuvo que salir aunque sea tangencial.
Y hoy voy a hablar de cartas, que le encantan a mi parte voyeur, y también de escritura, cómo no.
Aunque realmente de escritura va a hablar Fitzgerald, que siempre tuvo en el meñique mucha más de la que yo tendré.
En el otoño de 1938, Frances Turnbull, estudiante de segundo año en el Radcliffe College, le envió su último relato corto a Fitzgerald, amigo de la familia. Él, que sí respondía a esas cosas, contestó lo siguiente en su misiva y quizá sea el mejor consejo posible para un escritor que empieza y para el que ya lleva mucho en esto.
9 de noviembre de 1938
Querido Frances: He leído la historia cuidadosamente y, Frances, me temo que el precio de hacer un trabajo profesional es bastante más alto del que estás preparado para pagar en el presente.
Tienes que vender tu corazón, tus reacciones más poderosas, no las pequeñas cosas insignificantes que sólo te tocan ligeramente, las pequeñas experiencias que cuentas en una cena.
Esto es especialmente cierto cuando comienzas a escribir, cuando no has desarrollado los trucos de la gente interesante sobre el papel, cuando no posees nada de la técnica que lleva tiempo aprender. Cuando, en definitiva, sólo tienes tus emociones para vender. Esta es la experiencia de todos los escritores.
Era necesario para Dickens poner en Oliver Twist el resentimiento apasionado de haber sido abusado y morir de hambre que a él le persiguió durante toda su niñez.
Las primeras historias de Ernest Hemingway en En nuestro tiempo iban a lo más profundo de todo lo que había sentido y conocido.
En A esta parte del paraíso yo mismo escribí sobre un affaire amoroso que todavía sangraba fresco como la herida de un hemofílico.
El amateur, viendo cómo el profesional que ha aprendido todo lo que aprenderá sobre escribir puede coger una trivialidad como las más superficiales reacciones de tres niñas y hacerlas inteligentes y encantadoras, el amateur digo, piensa que él o ella pueden hacer lo mismo. Pero el amateur sólo puede desencadenar esta habilidad de transferir sus emociones a otra persona con algo tan radical y desesperado como arrancar de su corazón su primera historia trágica de amor y ponerla en las páginas para que todo el mundo la vea.
Ese, de alguna manera, es el precio de admisión.
Si estás preparado para pagarlo, si coincide o entra en conflicto con tu noción de lo que es «bueno», es algo que tienes que decidir. Pero la literatura, incluso la ligera, no aceptará menos del neófito. Es una de esas profesiones que quiere los «trabajos».
Tú mismo no estarías interesado en un soldado que fuera solamente un poco valiente.
A la luz de esto, no merece la pena analizar por qué esta historia no es vendible pues te tengo demasiado cariño como para engañarte sobre eso, algo que uno tiende a hacer a mi edad. Si alguna vez decides contar tus historias, nadie estará más interesado que,
Tu viejo amigo.
F. Scott Fitzgerald
P.D. Podría decir que la escritura es suave y algunas páginas muy aptas y encantadoras. Tienes talento, lo que es el equivalente al soldado que tiene las aptitudes físicas adecuadas para entrar en West Point.
¿Qué voy a añadir?
Poco, pues él ha dicho lo importante y bien claro, sólo unos apuntes breves.
Los grandes, una y otra vez, no creen en el talento o, si hay algo difuso que puede llamarse así, apenas es una parte y no la más crítica. Aún no he visto ningún grande que hablara en serio y no dijera que el trabajo es siempre más importante que el talento, cuando esto último no es un mito directamente.
Lleva tiempo y tiene un precio.
Ninguno de ellos es pequeño, no al menos si quieres ser bueno, y ambos, tiempo y precio, suelen ser (mucho) más del que crees.
No me queda mucha duda de dónde sacó la inspiración Steven Pressfield para su excelente (en sus primeros 2/3) The war of Art. Es una lectura indispensable para todo escritor. Hay por ahí una edición en español que es horrible, reconvertida con un tufo panfletario de autoayuda.
Pero no me hagáis caso a mí, que no tengo ni idea, hacedle caso a Scott, que sufrió mucho, escribió bien y murió alcoholizado.