La carta de rechazo

La carta de rechazo

Hace poco, me crucé con una carta de rechazo de hace ya casi un siglo, que los editores Angus y Robertson enviaron a un aspirante a poeta llamado F.C. Meyer.

Dice así:

10 de abril de 1928

Señor F.C. Meyer

Wells Street, Katoomba.

Estimado señor:

No, no puede enviarnos sus versos y no le daremos el nombre de otro editor. No odiamos a ningún rival lo suficiente como para que se los inflija.

El poema de muestra es simplemente horrible. De hecho, nunca hemos visto nada peor.

Sinceramente suyos.

Angus & Robertson LTD.

Sin duda, fueron sinceramente suyos y esta es a la vez una muestra de lo que se ha perdido y de la moral necesaria para ser escritor.

Hoy día, ya no hay cartas de rechazo, no hay tiempo para ellas, como no hay tiempo para nada.

Y antes de perderse las cartas, lo que se perdió fue el arte del rechazo, cambiado por una plantilla de mensaje idéntica para todos.

Hace veinte años o más, abrías el buzón y encontrabas los sobres americanos con el membrete de Alfaguara, Planeta y similares, y una educada respuesta sobre cómo lo que les habías mandado no encajaba con la línea editorial. Pero eso no era, de ninguna manera y según todas esas cartas, un juicio sobre la calidad de la obra.

En realidad, por supuesto que lo era.

Si hubiera tenido la suficiente, o si hubiera encajado en lo que pensaban que podría vender, hubiera dado igual esa difusa «línea editorial», que no era más que un cajón de sastre para los rechazos, el «no eres tú, soy yo» del mundo de la escritura.

Hoy la tarea del rechazo se le deja al silencio y no sé si es peor. Individualmente duele menos sin duda, pero en conjunto el mensaje de todos esos silencios es peor de una forma insidiosa. Porque dice que no has creado ninguna emoción, ni siquiera una que inspire una carta de rechazo como la que recibió Meyer. Y resulta que como escritor ese es tu oficio, sentir y tratar de hacer sentir a los demás, y que el silencio es una señal de que no has dejado ni la más mínima huella en quien te ha leído1, que es lo que siempre quisiste cuando te sentaste a escribir.

El odio y el rechazo significan que lo que hiciste importó, lo suficiente al menos, como para que alguien cogiera lo más valioso que tiene, su tiempo, y lo empleara en ti. En sentarse a escribir una carta que dejara bien claro que nunca había visto nada peor que lo que le has mandado.

Pero al menos era algo.

El silencio te recuerda lo poco que importas, una especie de terapia de choque de insignificancia cósmica que te devuelve a tu sitio tras las fantasías que te habías hecho en la cabeza. Y en ese silencio se diluye la escritura de muchos. Lo dejas un día, porque total, estás gritando al viento y no te responde. Entonces el día se convierte en semana y, de pronto, miras hacia atrás y no eres capaz de decir cuándo fue la última vez que te sentaste a escribir y te sentiste escritor. Tu escritura murió en silencio, porque la convencieron de que, de todas formas, no tenía nada que decir.

La carta de rechazo duele, pero hace sentir algo, que supongo que es para lo que estamos aquí y para lo que escribimos. La carta de rechazo duele y, a veces, enciende un pequeño fuego que te obliga a demostrar lo mucho que se equivocan (y a aceptar a regañadientes y sin reconocerlo que algunas cosas de las que dice, si no todas, puede que sean verdad y te hagan mejor escritor).

Tuve curiosidad por saber quién era o qué había sido de aquel aspirante a poeta llamado F.C. Meyer. Y seis años después de ese rechazo, esta fue la respuesta:

Jewels of Mountains and snowlines of New Zealand de F.C. Meyer

En 1934, F.C. Meyer autopublicó Jewels of mountains and snowlines of New Zealand, un poemario sobre su país adoptivo, Nueva Zelanda, y parece que no fue lo único que vio la luz.

Su libro recibió al menos una crítica en el suplemento del 29 de septiembre de 1934 de periódico New Zealand Herald, número 21918, Volumen LXXI, página 9, que decía así:

VERSO DE NUEVA ZELANDA

Con la creencia de que las bellezas de la naturaleza son verdaderamente posesión de todos, para sentirlas con los ojos y los corazones, independientemente de cuál sea la nacionalidad, el señor F.C. Meyer, un residente de Wellington, pero un nativo de Suiza, se ha propuesto, en Jewels of mountains and snowlines of New Zealand capturar, para sí mismo y para el lector, parte del encanto que es la contribución de Nueva Zelanda a la suma total de la belleza en el mundo.

Impertérrito ante la tarea de enmarcar sus pensamientos en una lengua que no es la suya, ha dejado escapar muy pocos o ninguno de los muchos aspectos de la belleza del Dominio, y el resultado es un sincero tributo a su tierra de adopción. El señor Meyer es el autor de Aus Bergund Tal, un volumen de poemas que tratan la belleza de Suiza.

Su libro de versos sobre Nueva Zelanda lo ha publicado él mismo y ha sido impreso por Withcombe and Tombs Limited.

Me pregunto qué sentiría Meyer al leer la carta y luego al leer la crítica, pero creo que lo imagino, que todo el que escribe puede.


  1. Sé que muchas editoriales no leen desde hace mucho los envíos que le llegan, con lo que en realidad no es que no hayas creado la sensación en muchos casos, es que ni siquiera han abierto tu manuscrito. No sé si eso es un consuelo o algo todavía peor. ↩︎