Desconfiar de las historias simples

Es inevitable. Todo va bien, las palabras son fáciles, la historia discurre por el cauce marcado. Puede que incluso la termines a tiempo. Hasta ahora nunca ha sucedido, pero siempre hay una primera vez, ¿verdad?

Y embobado con tópicos, descuidas el paso y tropiezas. De pronto, se acabó lo fácil y el cauce, el río se desborda un poco, hay que achicar agua, se viene abajo lo que construiste un poco más arriba y hay que apuntalarlo. Lo que ayer era bueno, hoy es malo.

La historia que escribes se vuelve un lío enmarañado y no sabes cómo ha ocurrido, la historia se vuelve exactamente como la vida.

Al menos como la mía, que si tuviera que definir con una palabra sería «caos». No por mala, que me siento afortunado aquí y allá, sino por confusa, compleja, con la tristeza y la alegría, la derrota y alguna pequeña victoria entretejidas siempre. Nada puro, todo turbio.

¿Principio, nudo y desenlace? ¿Viaje del héroe? ¿Aprendizaje y cambio en el personaje principal? Estructuras narrativas que no encajan en la vida, la cual se parece poco a lo que te dicen que has de escribir.

Sin embargo, muchos definen su vida como alguna clase de historia, según Tyler Cowen.

Cuando le preguntó a la gente en su afán investigador, la mayoría respondía que su vida era un viaje, una batalla, una novela, una obra de teatro…

Pues la mía son esos malabaristas que salían hace mucho en televisión y cuyo número se basaba en unos palos verticales muy finos, clavados en el suelo y sobre los que ponían a girar platos de cocina, muchos a la vez. E iban de uno a otro porque, en cuanto dejaban de agitar las varillas, los platos enlentecían su giro y parecían a punto de caer. Ahí estaba la emoción, pero a mí me ponía nervioso, no entendía el número ni le veía la gracia. No sabía que me asomaba al futuro como en Cuento de Navidad, viendo mi vida y sospecho que también la de los demás, digan lo que digan.

Porque el propio Cowen reconoce que la respuesta más adecuada a su pregunta habría sido: «Un lío».

Sin embargo, pocos lo reconocen porque caemos a menudo en la falacia narrativa, que diría Nassim Taleb. Así que encontramos atrayentes las historias que resultan sencillas, comprensibles y concretas, con una estructura clara.

¿La conclusión de Cowen?

La misma que la de Taleb, hay que desconfiar de las historias simples.

Me parece una excelente premisa para todo.

Pero volvamos al arte, que imita a la naturaleza y, tarde o temprano, te das de bruces con la realidad y lo que estás escribiendo se convierte en el lío de Cowen. Así que tienes que pararte a ordenar lo que la entropía conquista en cuanto no miras o decides descansar. Hoy ha sido una de esas mañanas de volver al nacimiento del río y recorrerlo de nuevo, apuntalando la presa y pensando que no, no llegas a tiempo y no sabes ni si llegarás.

A las seis y treinta y tres de la mañana, ya no sé cuál de estos párrafos va de la escritura o de la vida.

Supongo que todo se traduce en un montón de piezas que encajar y que sospecho que me las han dado de distintos puzzles y que todos hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Conviene recordarlo cuando estemos con otros o los leamos, conviene recordar que esto es agua.

Sea lo que sea de lo que hable a estas alturas, sólo hay una cosa clara, el final: «El mismo que el de todas las historias si se cuentan suficiente tiempo», como decía Hemingway, que el mes de julio celebra dos aniversarios, nacimiento y muerte.

Ni principio, ni nudo, ni desenlace, ni historias simples. Hoy, piezas sueltas que nadie dijo que tenían que encajar. Hoy, simplemente un lío sin principio ni final.