Ese era el título de una película que quise que me gustara, pero me dejó un poco frío y es que estos siguen siendo días un poco raros y perezosos que van hacia ninguna parte.
Para mí eso fueron siempre los veranos desde que ya no recuerdo ser un crío.
Pueden ser mejores o peores, se arrastran lentos e Internet se queda desierta.
En estos días escribo yo también hacia ninguna parte y de nada en concreto. Todo el que pasa por aquí sabe que más temprano que tarde se va a encontrar pelos de la barba de Hemingway. Una vez dijo algo que se perpetuó.
“El mundo rompe a todos y después, algunos son más fuertes en esos sitios que se rompieron”.
Por razones que no vienen al caso aprendí de un viejo instructor de boxeo que no creo que haya leído a “Papa”.
Él me enseñó que cuando un golpe deja herida, el tejido cicatrizal que la acaba cubriendo es menos resistente. Así que sangras más fácilmente si de nuevo te aciertan en ese sitio, ya sea el golpe de un enemigo, de las cosas que se acaban o de alguien que no pensabas que dejaste que se acercara tanto como para tocarte si quiere.
Y así vives, cada vez un poco más deformado con el nuevo golpe, más feo, más fácil que sangres cuando alguien toque de nuevo ahí. El común de los mortales no se hace más fuerte en los sitios que se rompieron y es posible que no existan esos algunos elegidos y Hemingway mintiera.
Me parecería bien eso, porque muchas veces es necesario mentir para crear lo bueno.
Quiero pensar que de verdad algunos se hacen más fuertes, para los que no, he aquí la paradoja, pues esto escribió Palahniuk en su legendario El club de la lucha.
Así que hay que ansiar cicatrices y resulta que no acabas siendo más fuerte en ellas, en los sitios que te rompieron, al contrario.