La genial escritora norteamericana y premio Pulitzer Anne Dillard dijo en cierta ocasión:
No existe una relación proporcional ni inversa entre la valoración de un escritor sobre lo que está escribiendo y su calidad real. Tanto la sensación de que la obra es magnífica como la de que es abominable son mosquitos que hay que ahuyentar, ignorar o matar, y jamás consentir.
Dillard tiene razón, al menos hasta que consigas lo más importante en la escritura, terminar. Entonces, ya puedes abrir un poco la puerta que atrancaste y que entren los juicios y las opiniones durante la reescritura. En esa fase, pueden permanecer como cháchara de fondo, pero sólo de fondo. Hacer caso a todas las voces también tirará de nosotros en todas las direcciones y eso nos impedirá avanzar en una concreta.
En la escritura, debes ser el tirano que escucha con más o menos interés lo que dicen su cabeza y los demás (si es que no puedes evitarlos, que sería lo ideal), pero luego has de seguir el camino que tú creas correcto. O el que sientas correcto, mejor dicho, con todo lo que la emoción acarrea también de posible engaño y montaña rusa. Porque hoy te has levantado por el lado correcto de la cama y todo te parece genial, pero mañana ya veremos, porque mañana es fácil que pienses lo contrario y te parezca terrible. Pero si quieres llegar a la orilla en el viaje, hay que aprender a tomar esas olas, montarlas sin que nos derriben, aprovecharlas y entender que a veces nos alejarán, otras nos llevarán, nos subirán al cielo o nos hundirán, tragando agua en demasiadas ocasiones. Quien crea que escribir es una recta de principio a fin o un asunto gozoso todo el tiempo, se está creyendo las historias cuando su misión es escribirlas.
Mientras trabajas, sentirás muchas cosas y las palabras de Dillard son ciertas, pero como muchas cosas que lo son, resultan casi imposibles en la práctica. En ocasiones matarás a los mosquitos y otras veces te comerán ellos a ti, pero mañana será otro día y quizá las corrientes bajo el oleaje sean algo más benévolas o, al menos, vayan en una dirección más acorde con lo que queremos.
Una de las cosas que peor llevo de esto es, en buena parte, ese tener que dejarse llevar por las olas y comprender que caerse por su culpa forma parte del proceso. Que no puedes controlar el mar e intentarlo sólo amordaza la creatividad. Y que a veces, muchas, lo que escribas seguirá siendo una mierda tras cien repasos y es lo que hay, pero al menos puedes contarte la historia de que esas malas historias son también baldosas necesarias del camino que lleva hasta las buenas.
Escribir, al menos para mí, es una batalla en mi cabeza. Contra esos mosquitos y contra los miedos, condicionamientos, distracciones, manías y neuras personales. Es un jaleo en el que a veces apenas puedo oírme pensar, pero al final te lanzas a ese mar con la confianza de que, en ocasiones, sale algo bueno y, si quieres eso tan escaso y valioso, no hay otra manera de llegar hasta ello.
Luego ya le tocará al mundo decir lo que sea sobre tu historia si es que te decides a mostrarla o, mejor dicho, si te decides a mostrarla y ese mundo se detiene un instante a hacerte caso, algo casi imposible.
Dillard tiene razón, los juicios sobre si una historia tiene calidad o no no importan, son mosquitos que matar para centrarse en la escritura, en el proceso. Pero sucede que los mejores consejos también son fuente habitual de frustración, porque parece que todo el mundo tiene claro qué hacer menos tú. Sin embargo, he aquí el secreto.
No creo ni que la propia Dillard se pueda aplicar dicho consejo la mayoría de las veces.
Porque somos humanos y, si estamos hartos de algo, es de que nos digan lo «correcto». Todos sabemos que hay que beber menos, comer más ensaladas, no vivir sentados al teclado, leer a menudo, correr de vez en cuando, escribir cuando se pueda… Pero saber qué hacer no suele ser el problema, el problema es hacerlo.
Y cuando te pones, es el mar con oleaje y otro agujero en la vela mayor, es luchar contra esos mosquitos y mil instintos más pero, al menos, esos consejos también tienen cierta utilidad.
La primera es que quien los dice es porque experimenta ese fenómeno, ya que solemos hablar de lo que nos toca o importa, así que al menos sabemos que no estamos solos en esto, que incluso a los mejores se les vuelca la barca en el mar, se les llena la habitación de mosquitos y así son las cosas. Podemos empezar a aceptarlas o cambiar de camino si no estamos dispuestos.
La segunda es que recordarlos hará que alguna vez funcionen cuando nos vengan a la mente y tratemos de aplicarlos, aunque sean pocas veces, pero desconocerlos u olvidarlos hará que no funcionen ninguna, porque ni siquiera lo intentaremos.