El escritor orquesta

Es cierto que, en los últimos años, todo ha cambiado para el que escribe. Cuando publiqué por primera vez, Amazon Kindle no existía ni lo imaginábamos, la autopublicación era una quimera minoritaria, algo extraño y muy caro. Además, pocas editoriales estaban abiertas a recibir algo que no fuera impreso en papel y dentro de un sobre.

Así que es cierto que las cosas han cambiado mucho, pero en realidad no, y en realidad no sé si ha sido positivo para el escritor. Supongo que no hay una respuesta única, porque cada uno cuenta la feria como le ha ido. Los que propugnan que es el mejor momento, alegan que los intermediarios y los guardianes de la puerta han sido derrotados y se han marchado, de manera que ya no se interponen entre los lectores y tú, entre tus sueños y la realidad. Ahora puedes escribir y publicar apenas con un clic y exponer tu obra al mundo con libertad.

Pero lo cierto es que no es así, aunque lo parezca.

Desde la finalización de una obra y hasta su publicación y venta hay muchos pasos necesarios, si no quieres que los años de trabajo hayan sido para nada. Hay que corregir, hay que corregir de nuevo (de nuevo y de nuevo) hay que maquetar, hay que diseñar portadas, imprimir si es en papel, hay que distribuir tanto en digital a las diversas plataformas como a las librerías… y por supuesto, hay que promocionar y hay que vender. En el antiguo contexto, eso lo hacían muchas otras personas: correctores, editores, distribuidores, diseñadores gráficos, comerciales, libreros…

En el nuevo contexto, la trampa que te cuentan es que muchos de esos intermediarios han desaparecido y, por tanto, tienes mayor libertad y, de paso, mayor pedazo del pastel económico para ti, porque ellos no tienen que comer de lo tuyo.

Pero esto es falso.

Todos esos pasos intermedios no han desaparecido, siguen siendo necesarios y, como ya no están los que lo hacían, o no se quiere que estén, han de ser asumidos por el escritor.

Eso ha convertido al autor en un hombre orquesta. Tiene que promocionar, tiene que maquetar a veces o diseñar su portada, tiene que corregir, tiene que distribuir y, en general, hacer las labores de todo eso que dicen que ha desaparecido y nos hace libres, pero en realidad sigue ahí y nos esclaviza más que antes, porque sigue siendo necesario para llevar el libro hasta un lector y alguien tendrá que hacerlo.

Y no estoy hablando sólo del escritor autopublicado.

En el paradigma actual, muchas editoriales asumen este contexto porque es conveniente y les libera de costes y riesgos. Así que no corrigen, ni hablar de los adelantos (de hecho, mejor si ahora me pagas tú a mí por publicar, que este es el mundo al revés), apenas se esfuerzan en el diseño, distribuyen lo mínimo y se acabó la labor comercial.

Ahora esta recae, casi íntegramente, también en los hombros del escritor.

De hecho, es algo que se espera de él y resulta que quieres escribir historias y no tuits y posts en redes sociales que, de todos modos, apenas consiguen nada, o no quieres gastar más dinero del que recibirás a menos que seas Reverte, en organizar y moverte con presentaciones y a lo mejor otras ciudades. El autor, al final, tiene que hacerlo todo de una manera que será necesariamente mediocre, porque no es lo suyo ni tiene tiempo, así que los resultados resultan casi siempre igual de mediocres.

Esperar lo contrario no es lógico y, para echar sal en la herida, apenas le quedan horas para escribir, porque debe dedicarse a otras cosas. No está mal como promesa de libertad.

Algunos alegan que mira el éxito de ciertos autores que, en los viejos tiempos, lo hubieran tenido imposible por la endogamia y el olor a cerrado y todos aquellos males del antiguo (y actual) panorama de la edición. Pero estos raros casos de éxito son, como todos los casos de éxito, nada significativo.

Ya existían en los viejos tiempos aunque fueran de otra forma, porque siempre ha habido ganadores de lotería.

Pero la lotería no es una estrategia sensata, ni que se pueda copiar con probabilidades de que funcione. Nunca creo que tiempos pasados fueran mejores y no voy a empezar, pero tampoco creo que los de ahora sean maravillosos.

Son diferentes, con otros fastidios que soportar y otras alegrías que celebrar.