Hay algo común en todos los rechazos literarios que he tenido. Han sido varios cientos a lo largo de los años y, ni uno solo de ellos, ha dicho que era porque lo que había mandado resultaba infumable.
De hecho, todos tenían fotocopiadas las mismas dos mentiras ¿piadosas? Una era que el rechazo nunca se debía a la calidad del escrito, la cual no entraban a valorar en la carta.
La segunda refería a que el motivo tenía que ver con algo difuso sobre no encajar en la línea editorial. En realidad, eso enmascara que la mayoría de las veces, efectivamente, mandé algo infumable que merecía el fuego.
Lo que sí he experimentado en alguna ocasión es una especie de «rechazo dulce», una respuesta en la que se alaba de alguna manera al escrito, y luego se procede al rechazo igualmente. De hecho, hace no mucho, recibí uno de esos.
Ya ni me acordaba de haber enviado a esa editorial, pero es lo que tienen esas respuestas, que a veces llegan casi un año (o más) después de la pregunta. Empezaba así:
Tu manuscrito (nombre que omito a saber por qué motivo tonto) me ha gustado muchísimo, sobre todo esa manera tan propia de indagar: sencilla, directa, casi inmediata. El formato de primera persona, como si fuera un diario íntimo, le da una inmediatez y veracidad muy valiosas.
Y eso es solo el principio, con alusiones a «ritmo perfecto», «transmisión fabulosa» o texto «hipnótico».
Pero aún así, no cuajó y la conversación terminó con la seguridad por parte de la editora de que el texto acabaría publicado de todas maneras.
No comparto esas certezas, especialmente cuando no tengo planes de mover mucho más, pero bueno. Supongo que los rechazos dulces son los peores, porque no sabes qué pensar, te acaban de hacer el: «No eres tú, soy yo» literario. Supongo que, en realidad, el subtexto es claro: «No importa lo que me haya gustado, es que no voy a encontrar manera de venderle esto a alguien que no sean tu madre y tu primo».
Es comprensible. Si tienes una editorial, lo primero que necesitas es que mantenga las puertas abiertas un día más, con lo que los escritores sin familia numerosa se caen los primeros.
En todos estos años no negaré que yo también he dicho que no unas pocas veces. De una de ellas siempre me arrepentiré, porque la gente que dice no me arrepiente de nada miente aún peor que las cartas de rechazo editorial. De otras, bueno, uno nunca sabe qué habría podido pasar, pero tampoco han sido tantas veces, pues no soy nadie.
Curiosamente, y hasta hace una semana o por ahí, la perspectiva de publicación de un libro de relatos estaba sobre la mesa con una editorial, pero al final tampoco ha cuajado por motivos aburridos y prosaicos.
No, no hay drama de por medio ni grandes rechazos, a veces, simplemente, es mejor que no y cada uno por su lado aunque haya ganas. Y todo este rollo porque estaba echando un vistazo a ese volumen y he decidido que vea la luz de todas formas, en formato digital y en papel.
¿Cuándo? No lo sé exactamente.
Espero que pronto si no me rechazo yo mismo, de manera dulce o no, porque estos son esos días en los que vuelves a leer lo escrito y no te gusta absolutamente nada de lo que hay.
Supongo que, cuando esté todo listo, lo diré. Hasta entonces, cuidado con los rechazos dulces. En realidad no matan, pero un poco, sí.