La vida es un fenómeno complejo, pero también paradójico. Por eso, a veces responde a reglas sencillas.
Cuando te enseñan a boxear, uno de los principios básicos es dominar el centro del ring, permanecer ahí y, bajo ninguna circunstancia, quedarse acorralado en un rincón. Darte cuenta de que no puedes salir es angustioso, notar una reja helada en la espalda y sentirte encerrado bajo la furia de otro es… No es agradable.
La escritura y la pelea se parecen mucho, como sabe quien se dedica a las dos, pero a veces, escribir hasta quedar acorralado sí puede ser positivo.
La clave es el «a veces», la expresión más repetida hoy.
En la enorme mayoría de ocasiones no sale bien y hay que asumir eso como parte natural del oficio.
La serie de televisión Perdidos es un ejemplo de escribir hasta quedarte acorralado que salió mal. En aquella época, la mortalidad de las series era muy elevada, así que, para salvar el pellejo, los escritores empezaron a introducir elementos inquietantes en el argumento que no tenían ningún sentido a largo plazo, pero provocaban curiosidad a corto. ¿Qué es ese humo? ¿Y ese oso? ¿Qué está pasando aquí?
Los escritores no lo sabían y no les importaba demasiado. Como muchas series no se renovaban, pensaron que la cancelación les ahorraría el trabajo de resolver todo aquello. Pero funcionó para captar audiencia y tuvieron que seguir adelante y se dieron cuenta de que estaban en un rincón bajo los golpes. Llegaron hasta el punto de consultar a los fans sobre qué creían que le ocurría a los personajes. La excusa era averiguar si alguien se acercaba a lo que habían pensado, la sospecha es que estaban buscando ideas para salir del entuerto, porque ellos tampoco sabían nada.
Huir hasta el precipicio, escapar hacia arriba del incendio de tu historia te puede dejar acorralado, pero también es en esas situaciones donde te fuerzas a pensar de maneras diferentes.
Cuando el problema parece irresoluble, pueden salir las soluciones más ingeniosas. Te fuerzas a ser mejor, a pisar donde no has estado, a crecer de una manera u otra. Te fuerzas a saltar y, repito, la mayoría de veces te estrellas, es lo más común en la pelea y la escritura. De ahí las cicatrices y todas esas historias no terminadas.
Sin embargo, en ocasiones debes notar que estás escribiendo hacia el precipicio y, aún así, tener el coraje de seguir, para ver si has aprendido a volar. Y si no, quizá aprendas para la próxima, si sobrevives.
La cuestión para mí es la siguiente: Un artista es bueno porque sólo enseña lo terminado, lo pulido mil veces, una de cada diez historias, las muy pocas que considera presentables. Las que surgieron de saltar y poder contarlo. El otro 90% es pasto del fuego, porque si viéramos todo lo que escriben nuestros ídolos, dejarían de serlo.
Ese magro 10% es producto de haber crecido, haber afrontado un reto y haber encontrado la solución a lo que parecía no tenerla.
Ocurre poco y arrinconarse como estrategia de vida es un desastre de mal peleador. Pero si te has propuesto escribir, ya has elegido la peor estrategia de todas formas, no importan unas cuantas caídas más.