Escritores en la cama

Tranquilidad si alguien piensa que por fin un tema interesante, este título no va de lo que parece, porque no sé si tengo mano para el terror y no voy a empezar con las peripecias de un escritor en colchones propios y ajenos.

Es sólo que, por alguna razón, estos últimos días no he parado de ver referencias a escritores que practicaban el arte de contar historias en horizontal.

Para alguien como yo, con la costumbre de escribir de pie al menos la mitad del tiempo, el bando tumbado me parece una excentricidad curiosa. Esto comienza en 1957, con una entrevista de Truman Capote en The Paris Review, donde se autodenomina un autor completamente horizontal, que no puede pensar a menos que esté en esa posición.

A partir de ahí, sigue el dominó con Joyce, que se tumbaba boca abajo con su lápiz azul y sus letras enormes, porque su vista fallaba demasiado pronto. Nabokov, Mark Twain (en la foto), Proust… todos pertenecen al bando de los que pensaban que las mejores obras de arte se hacen en la cama y, probablemente, tengan mucho de razón.

Curiosamente, tiras del hilo y parece que tiene un sentido, que, tumbado y libre de gastar energía en otras cosas, el cerebro se puede concentrar mejor y todos los recursos son para él. De hecho, algún que otro estudio ha demostrado la superioridad de los que defienden la cama por encima de todas las cosas y, aquellos que resolvían puzzles tumbados lo hacían mejor y más rápido que los que creemos que la vida merece la pena de pie.

Darren Lipnicki, uno de los creadores del estudio, achacaba el 10% más de rapidez de los acostados a que el corazón se enlentece y la noradrenalina disminuye. Esta hormona interfiere con ciertos procesos cognitivos, de manera que puede que Twain tuviera algo de razón cuando dijo, en una entrevista al New York Times en 1902, que deberíamos probar eso de la escritura horizontal.

Al parecer, a los escritores aún nos queda una esperanza de que algo bueno ocurra en nuestras camas.