Una mañana perfecta

Una mañana perfecta

Hoy he tenido una de esas sesiones de escritura «perfectas». La historia fluía, las ideas encajaban, la música era correcta, el tac tac del teclado bailaba al ritmo. Y al terminar, el olor a café y uno de esos amaneceres que han estado visitando Valencia y prendiendo el cielo en llamas, pintando a las nubes de todos los colores que me gustan. Candilazo se llama, he tenido que buscarlo.

Y mientras bebía el primer sorbo del café, he pensado que todas las mañanas de escritura deberían ser así y que tenía que absorber todo lo posible ese momento, disfrutarlo antes de que se marchara, ser consciente del aware que dicen los japoneses: ese instante de belleza melancólica porque es efímera y sabes que lo es, pero hasta que pase, algo que empieza a suceder en el mismo momento en que lo piensas, es tuyo.

Ahí es donde la he cagado, supongo.

Porque no puedes forzar esas cosas y nunca serán iguales y esa escritura será irrepetible. Pero mi cabeza es así, trata de aferrarse como sea a lo bueno y forzar que vuelva, alejándolo.

Supongo que el fallo es creer que esas mañanas son a lo que debo aspirar, porque ese intento de atrapar el aware, de querer manufacturarlo, de repetir los mismos pasos en el mismo orden, no funciona. Nunca nos bañamos en el mismo río del mismo momento y todo eso.

Esta mañana no era lo correcto, esta mañana ha sido un momento perfecto por el que estar agradecido y nada más. Porque cualquier intento de reproducirlo está condenado al fracaso y romantizar la escritura y su proceso tiene consecuencias negativas.

La primera es dejarla para esos mejores momentos que se supone que merece el arte. Procrastinar, que se dice tanto ahora. La noción de que si la escritura no es así, no merece la pena ponerse es muy dañina. De hecho, es al contrario. Poco mérito hay en circular por el terreno que es cuesta abajo durante el viaje. Es genial, cura y te recuerda por qué lo haces, pero no es el objetivo. El «si no es perfecto no me pongo» hace que no te pongas, cuando es mucho mejor dedicar cualquier tiempo que encuentres por los rincones, estemos en el estado que estemos, no en el de gracia.

La segunda es creer que esas sesiones son las «buenas». Es muy probable que mañana, bajo otra luz, lo que hoy me ha parecido decente resulte mediocre, suele pasar. O quizá no, pero ese fenómeno bipolar es común en la escritura, hoy un prodigio y mañana una mierda, pero son las mismas palabras.

Esta sesión ha sido genial, pero no ha sido «buena», como las otras en las que te arrastras bajo una luz gris, o la blanca de la cocina, no son «malas». Muchas veces, porque son estas las que desatascan el barro, las que ayudan a cruzar los inevitables desiertos tras los que encuentras momentos de escritura fugaces como el de hoy.

Supongo que escribo esto para mí, para recordarlo ahora y olvidarlo mañana, cuando trataré de atrapar el mismo amanecer dos veces sin conseguirlo, porque es imposible.