Ese pequeño momento de decisión

Como ya comenté, estos días estoy dando forma a la segunda parte «espiritual» de Escribir bien. En ella se recogen, corregidos y aumentados, algunos de los contenidos más populares de esta web. En más de año y medio desde el primer volumen, y tras la carrera hasta el año nuevo, hay material de sobra.

Y al igual que con Escribir bien, se incluyen capítulos inéditos.

Gran parte de ellos se dedican, en este caso, a algo que se quedó en el tintero del primer volumen y con lo que me peleo a menudo: cómo escribir más palabras cada día.

Por razones razones mercenarias o amor sin rastro de pragmatismo, escribo varios miles de palabras al día. Es normal que, siendo a lo que más dedico mi tiempo desde hace mucho, me haya preocupado de saber qué funciona mejor para conseguir multiplicar esas palabras, ya que (casi) he desistido de multiplicar mis días.

He visto varios intentos de hacer lo mismo, algunos más acertados que otros, pero en casi todos se me ha quedado idéntica sensación, la de que faltan piezas importantes y la de que otros métodos no son muy aplicables para el común de los mortales, entre los que me incluyo hasta que vuelva a mi tarea de la multiplicación de los días.

Por eso estoy tratando de sintetizar lo que creo que funciona de veras para escribir más palabras al día, mejores palabras.

Sin embargo, todas las técnicas del mundo no sirven sin una chispa inicial, y por eso este pequeño extracto, todavía muy en borrador, en la que hablo de ella.

Esa chispa es tan necesaria como todo lo demás, y sin ella, el castillo que construyamos será de naipes.

Ese pequeño momento de decisión

Cuando me paro a pensar en lo bueno y en lo malo, en la mayoría de ocasiones trazo los pasos hasta el principio y todo se debe a un pequeño momento de decisión. Una elección que, en ese instante, pasa desapercibida, parece insignificante y no adquiere su verdadero sentido hasta mucho después.

Pero es la ficha de dominó que lo puso todo en movimiento.

La mayoría de las grandes cosas que nos ocurren comienzan con ese pequeño momento de decisión, y la escritura también.

Todo lo que hemos visto hasta ahora para aumentar la cuenta de palabras, todo lo explicado sobre el contexto, el enorme poder de la conveniencia del que nadie habla, todas esas técnicas… La verdad es que no importa lo efectivo que se haya demostrado todo eso, no sirve de nada sin ese pequeño instante de decisión.

Podemos planear toda una estructura infalible para que las palabras corran como la pólvora, pero hace falta la chispa inicial de sentarte y escribir. Al principio de todo esto, tratamos de reducir el papel de la fuerza de voluntad todo lo que pudimos, porque no hay otra manera si queremos tener alguna probabilidad de éxito. Pero no podemos, no debemos, matarla del todo.

Ese pequeño momento de decisión, esa chispa inicial está hecha de voluntad. Y aunque sea pequeña, puede crear grandes incendios si hemos preparado bien el bosque.

De verdad que no hace falta mucho en apariencia, pero todos hemos vivido ese instante en el que había que decidir si escribir o hacer cualquier otra cosa, y los cualquieras ganaron más momentos de lo que debían.

De verdad que la fuerza de voluntad no es lo más importante para escribir más y mejor, pero también es cierto que, si no podemos dar ese primer paso inicial, tomar a menudo esa decisión de escribir por pequeña que sea, deberíamos dedicarnos a otra cosa.

Si no vamos ni a darle ese pequeño instante a la escritura, no rodemos esperar que ella nos devuelva nada. Ninguno lo haríamos tampoco por alguien que no tuviera para nosotros ese instante en el que nos eligió, al menos unas cuantas veces, por encima del resto.

Si de verdad nos consideramos escritores, algo que se dice de uno mismo demasiado a la ligera, en ese pequeño momento de decisión diario sobre si escribiremos o no, hemos de decir sí. Hemos de sentarnos, hemos de tumbar la primera ficha del dominó, hemos de echar la bola a rodar por la cuesta abajo que le hemos preparado con todo lo aprendido.

Porque si no, estamos engañándonos y engañando a los demás con eso de que somos escritores. Y lo que es peor, se trata de un engaño mediocre, la antítesis de la buena escritura.