Uno de los credos principales de esta casa es que la escritura es suficiente por sí misma y la motivación para seguir su camino debe ser interna. Es más, abandonar los sueños de fama y fortuna es necesario para tener alguna posibilidad de escribir bien.
Pero no nos hagamos trampas al solitario.
Somos humanos y el mundo en que vivimos no es el que escribimos, sino el real, el tangible. El del metro de madrugada, el café soluble de un trago, la prisa y la insistencia de mi panadera en que no puedo pagar la barra de cuarto con poemas.
Por eso, el poder de dicho mundo, de sus recompensas y castigos externos, es devastador.
Podemos tener toda la moral posible que, afrontémoslo, esta puede derrumbarse por una mala crítica, por un comentario desafortunado o, peor aún que todo eso, por un silencio devastador cuando abres tu escritura al mundo. Él es una muestra de que el peor de los miedos en una persona se ha hecho realidad:
«Eres insignificante, no importas».
Muchos comienzan este camino para trascender esa sensación, porque somos tan arrogantes que creemos que lo que tenemos que decir es merecedor de ser leído y por eso lo escribimos. Pero el mundo ahí fuera opina lo contrario y una de las cualidades más importantes para perseverar como escritor es la capacidad de gestión del fracaso.
Podemos decir que nos da igual y aferrarnos a ese credo de que la escritura importa por sí misma, pero no podemos abstraernos del todo de lo externo.
Hace mucho, como hace mucho de todo ya, recuerdo los inicios de Amazon Kindle. Un buen puñado de escritores se lanzaron a explorar esa vía ante los portazos de un mundo editorial que no dejaba de repetir que no estaban invitados a la fiesta.
Recuerdo que vi un tuit sobre la novela de un escritor latinoamericano, creo que era histórica, que en su portada había un galeón o algo así. No recuerdo ni por qué pinché o cómo llegué a la página de ese libro en Amazon, pero las críticas eran devastadoras. La edición era mala, estaba plagada faltas de ortografía, la historia no estaba bien escrita, resultaba incoherente… El estómago se me encogió de lo viciosas que eran algunas reseñas.
Entonces vi una reciente de cinco estrellas.
Era la esposa del escritor, que la había puesto sólo para decir que la saña de las críticas no era merecida. Que su marido había puesto todo su empeño y tiempo, pasando de la ilusión por publicar a la depresión más devastadora tras leer las opiniones. Estas le habían quitado para siempre las ganas de escribir y lo habían convertido en un hombre triste con el corazón partido.
Y ella se sentía igual cada vez que lo miraba.
Sé que lo que digo es verdad y todo eso, que aquí suelo escribir sobre lo que debería ser, pero no nos engañemos. Lo externo importa y nos puede descarrilar en cualquier momento. Lo externo tiene el poder de elevarnos o hundirnos con una sola frase, he ahí el verdadero poder de las palabras.
De hecho, tiene mucho más poder para hundirnos que para elevarnos, porque una mala crítica hace fácilmente irrelevantes cien cumplidos. A mí me ocurre y sé que no estoy solo.
Como si no tuviéramos ya bastantes misiones encomendadas, el escritor debe hacer equilibrios en la cuerda respecto a lo interno y lo externo, contarse las historias correctas que resten poder a lo que nos rodea, a los demás, a las críticas y/o al silencio.
Pero mientras mi panadera sea indiferente a mis poemas, me temo que yo no podré ser indiferente respecto al mundo.