La semana pasada hablaba de que esa incertidumbre de no saber qué estás haciendo cuando escribes es buena señal. Pero no es la única y la escritura tiene la manía de ser un camino que te obliga a mirar de cerca las cosas que no te gustan.
Porque otra de las sensaciones habituales en un escritor es la frustración, ya que lo que termina en la hoja se suele parecer poco a lo que imaginabas en tu cabeza y, a pesar de que a lo mejor ya llevas millones de palabras en la mochila, no callan esa sensación de que jamás serás tan bueno como esos a los que admiras.
Es desagradable y, a la vez, otro signo de ir por el buen camino, aunque no lo parezca. Porque significa que no has dejado de leer a los mejores y compararte con ellos, en lugar de hacerlo con los que ya quedaron atrás en el viaje.
Hay quien se pasa la vida leyendo (y escribiendo) el mismo libro con diferente portada, encerrado en la seguridad del mismo género y la familiaridad de idénticos estilos y argumentos. Y me parece genial, lo digo en serio. Lo que ocurre es que, si quieres ser el mejor que puedas ser, siempre estarás buscando algo nuevo, algo que te haga sentir más o diferente. Y tarde o temprano, lo encuentras y he ahí la mezcla de frustración e inseguridad de nuevo, porque crees que nunca llegarás a escribir de esa manera cuando lo intentas, ni estarás satisfecho nunca con tus historias.
Pero si lo que queremos es escribir bien, nos compararemos necesariamente con los que tenemos delante, con los que consideramos maestros, con lo que nos inspira a hacerlo mejor. Eso es frustrante por definición, porque siempre estaremos comparándonos con lo que nos falta, pero es que no hay otra manera de obtenerlo.
Esa sensación también asoma la cabeza cuando te giras hacia lo que escribiste hace tiempo y resulta que no lo soportas y te preguntas quién era ese y cómo es posible que pensara que aquello era bastante bueno como para mandarlo a una editorial o concurso.
De hecho, pasa incluso cuando relees los textos que te consiguieron premio o publicación.
De nuevo, es una señal positiva y, probablemente, si vuelves sobre algunos libros que leíste fascinado en su día, sientas algo parecido y pienses que como es posible que algo así te emocionara.
Supongo que las personas no nos movemos hasta que no sentimos suficiente desazón como para levantarnos y tratar de colocarnos en otro sitio donde no experimentemos eso, así que no hay otra manera de avanzar. Por eso la frustración y la inseguridad serán siempre compañeras de viaje, a menos que decidamos vivir en lo mismo de siempre y conformarnos con el lector y escritor que somos.
Que insisto de nuevo en que eso es genial, porque no hay mandato divino ni el destino del mundo depende de nuestros párrafos.
No he conocido a ningún buen escritor que no cargara enormes cantidades de frustración e inseguridad. De hecho, todos esos que consideramos maestros sienten lo mismo cuando lees lo que dicen al respecto y confiesan sentirse impostores que nunca estarán a la altura.