Dame un segundo antes de salir corriendo, porque creo que la habilidad más importante para la escritura (y la vida en general, aunque no sea el tema) es la capacidad de gestión del fracaso.
Porque sin ella, todo lo demás no será posible. Especialmente, el tiempo y la dedicación necesarios para lograr eso tan elusivo que se llama escribir bien.
Y no lo digo por desalentar, sino todo lo contrario, para que no nos pueda el desánimo. Porque la palabra que más escucha un escritor es «no» y es necesario saber gestionar eso. De lo contrario, será la gota que nos parta en dos y la escritura se convertirá en otro amor no correspondido.
Como suele pasar con lo importante, la teoría es «sencilla» y la práctica imposible, porque el «no» es lo que asfalta este camino. Si un escritor quiere avanzar, lo tiene que hacer por ese sendero y no hay otra manera, lo cual ya debería darnos un magro consuelo: el de que si estamos recibiendo esas negativas, es porque vamos en dirección correcta. No hay otra manera y es necesario exponerse al no de editoriales, concursos o reseñas. La buena noticia es que, como todo lo que implica enfrentarse a lo que temes, si no cedes, te vas curtiendo como el veterano de guerra, quieras o no. Especialmente, cuando compruebas que la negativa no mata y que, quizá, si has tomado al no por la parte que corta menos, te incentiva a mejorar e intentarlo de nuevo. No habrá un momento en el que no duela, ni en el que se vuelva fácil, pero puedes avanzar y mejorar en presencia del no.
En el libro The war of Art, del escritor Steven Pressfield, este recomienda convertirse en un profesional con respecto a la escritura. Esto implica varias cosas, como trabajar independientemente de las ganas o el estado emocional. Sin embargo, para lo que nos interesa hoy, el profesional también trata siempre de poner cierta distancia con su escritura. Ese desapego nos permitirá algo casi imposible, comprender que las negativas no son nada personal y que, si algo «fracasa», no significa que tú eres un fracaso. Simplemente, lo que hiciste no logró el objetivo concreto que te propusiste con él. Pero si te encadenas demasiado a lo que escribes, cuando esto se hunda, te hundirás tú también con él.
Algunos escritores optan por adoptar un complejo de dios para enfrentar esto. Así, en realidad, el fallo nunca es nuestro ni de nuestra escritura, sino de los demás, por no saber reconocer que somos genios y salvadores del arte. Aunque es psicológicamente más sano que machacarse sin medida, mi afición favorita, lo cierto es que el endiosamiento hace que no te plantees errores ni mejoras, porque es el mundo el que debe cambiar, no nosotros.
Buena suerte con eso.
Hay una delgada línea que caminar con este tema. Es cierto que, por ejemplo, he tenido escritos que he movido durante años en vano y, de pronto, se llevan un premio cuando menos lo esperaba. En otras ocasiones, hacía lo mismo, los «noes» acababan siendo demasiados otra vez y, cuando revisitaba de nuevo el escrito, entendía que me hubieran rechazado. De hecho, me alegraba y aliviaba, porque pocos fantasmas persiguen tanto como el de un libro malo.
Con los años, naturalizas las negativas y comprendes eso de que el camino está hecho de ellas. Por eso, si perseveras suficiente tiempo en esto, no te haces amigo del no, pero aprendes un poco a convivir con él, ya que no se va a ir. Eso es muy distinto a glorificarlo, con esas cartas de rechazo pegadas en la pared o sentirse orgulloso de esos rechazos. No entiendo muy bien eso y creo que puede llevar a otra variante de ese complejo de dios que, en el fondo, no es más que la respuesta del narciso: esconder una enorme fragilidad tras el no pasa nada y el a mí no me afecta.
Y por dentro, te va royendo hasta que sólo eres fachada con los cimientos carcomidos.
El día en que decides convertirte en escritor, el no se sienta en el sitio del copiloto y ya no se bajará. Rechazarlo es inútil e ignorarlo también, de modo que sólo queda lo más difícil, aceptarlo primero, para seguir escribiendo después a pesar de él, en su presencia, convirtiéndolo, como en el caso del increíblemente malinterpretado síndrome del impostor, en un cierto aliado. En el acicate para mejorar, la humildad para echar otro vistazo y tratar de dilucidar si lo que has escrito es realmente bueno y el mundo se equivoca, o los errados somos nosotros.
Cada uno ha de construir esa gestión del fracaso a su manera, porque como en todo lo importante, no hay fórmulas mágicas ni artículos de Internet con la solución en 5 pasos fáciles. Pero de verdad creo que es la habilidad más importante porque, sin ella, primero no escribirás bien y después ni siquiera escribirás.