Lo único bueno de hacerse mayor es que dejas de dar importancia a cosas que antes la tenían toda, pero no la merecían. Y lo haces de una manera orgánica, sin proponértelo. Simplemente, empiezan a dar igual y es liberador.
En cierto modo, quitar importancia a la escritura también proporciona esa liberación. Especialmente cuando has publicado algo, ganado algún premio o, simplemente, te has expuesto ante otros y has recibido alguna clase de opinión.
Cuando eso sucede, llega una cierta responsabilidad sobre los hombros. Ya no se trata de escribir, se trata de «escribir bien», de estar a la altura de las expectativas, no necesariamente de los demás, sino de las que te impones tú mismo por esa identidad de «escritor» que adoptas cuando deja de ser un acto íntimo y pasa a ser compartido. Ahora ya no es algo por diversión, exploración o ese impulso de las cosas que quieren salir, ahora lo que escribas debe «estar a la altura», tanto de tu idea de lo que es una buena escritura y un buen escritor, como de la que crees que los demás tienen en su cabeza y sus expectativas.
Con esa mentalidad, a la vez que la inspiración llegan un montón de juicios de valor y ese reconsiderar cada palabra, midiéndola con respecto a esa idea de «buena» escritura. Eso suele paralizar la mano, porque lo que dicta la cabeza no te parece suficiente, no resulta adecuado, no es propio de la fantasía de autor que te has formado en la cabeza o lo que sea.
Pero es que en la cabeza todo es perfecto y en la hoja hay demasiados tachones.
Lo mismo ocurre con esa idea romántica de la escritura de la que he hablado muchas veces, donde se concibe como un momento perfecto de calma e inspiración, dedicando el tiempo, el respeto y la atención que merece. Pero esos actos reverenciales y esas presiones para encajar en esa idea de fantasí son, de nuevo, parte de una importancia falsa concedida a la escritura. Un peso que mejor quitar para caminar más y más ligeros.
Es más escritor quien vomita como sea lo que puede en los minutos que encontró por los rincones, que quien se imagina mil veces escribiendo en ese contexto perfecto, habla en lugar de trabajar o procrastina con investigaciones y worldbuilding, poniendo en negro sobre blanco solamente cuando se dan las condiciones perfectas que merece algo tan «elevado».
Esas que nunca se dan en el mundo real.
Tirar a la escritura del pedestal la pondrá de nuevo a nuestra altura y podremos trabajarla mejor. Quitarle importancia hará que nos pongamos más a menudo y saquemos ese borrador de mierda del que hablaba Hemingway, pero al menos tendremos algo y lo cierto es que la escritura no es importante y nosotros tampoco.
Que parece deprimente, pero en realidad está bien, porque tendremos mucha menos presión.
Nadie está esperando que escribamos las palabras que salvarán el arte, así que podemos escribir las que nos dé la gana, las que están deseando salir y expresan lo que somos en ese momento. Y a lo mejor podemos hacer algo mejor con esos borradores y quizá no, pero no pasa nada en ese caso. El sol saldrá de nuevo, la tierra seguirá girando y el escritor más grande de la historia se olvidará, no habiendo sido siquiera un pestañeo en el tiempo del universo.
Parece aterrador, porque las personas tememos a la insignificancia por encima de todo, especialmente las que escribimos, pero en realidad es genial, es liberador, porque así ya puedes escribir simplemente, en lugar de tratar de encajar de mala manera en lo que crees que debe ser esto o lo que debes ser tú como autor.