Recordé y olvidé, como siempre

Eran tiempos en los que yo era tonto y ella muy guapa y ambos demasiado jóvenes. Por más chicas que conociera, nunca, ninguna, tuvo ojos así. Tampoco esa sonrisa en la superficie de un mar que, por donde cubría al meterte, era triste. No importaba, pues casi nadie lo veía, ya que no solía dejar que llegaras muy hondo en ella. Prefería lo que oía de todos, “qué chica más risueña”. También era dulce y nunca aprendió a hablar alto. La conocí por el motivo que ocurren muchas cosas, la casualidad, su novio era un amigo que dejó de serlo. Y durante un tiempo coincidimos por el camino, la veía con su novio y después sin él. Ella bajaba de su pueblo al mío y coincidíamos por los escasos bares. Luego la olvidé y ella a mí. Años después yo no era tan crío y trabajaba de asesor mercenario para ricos. Era un mes de julio infernal, por el centro de la capital, después de comer. Recuerdo que nuestros jefes eran estrictos en lo impecable, así que caminaba con mi compañero, ambos de traje y bajo él, camisa de manga larga y corbata. El sol castigaba nuestra idiotez con casi cuarenta grados húmedos, yo hubiera hecho lo mismo. Volvíamos a la empresa del cliente y nadie había por las callejuelas, nadie excepto una chica un poco más allá. Estaba muy delgada, piernas como alambres, saliendo muy morenas por unos pantalones cortos. Tenía el pelo revuelto y seco y unos ojos grandes, claros y perdidos. No hice caso al primer vistazo, pero dos pasos más allá alguna chispa de recuerdo prendió y me giré hacia ella, quitándome las gafas de sol. Nos miramos, los dos parados hasta que un imbécil pasó, la cogió de un brazo flaco y le dijo algo que no recuerdo, yéndose los dos. "¿Qué pasa?" Preguntó mi compañero. Yo me calcé de nuevo las gafas de sol y seguí caminando. “Nada. Me ha dado la impresión de que conocía a esa chica”. "¿En serio? ¿A esa yonki?" “Nah. Me he equivocado, no puede ser. Es que simplemente se parecía a alguien”. Entonces la recordé y la olvidé, como siempre. Pasaron muchos años hasta que llegó ayer y alguien me dijo, casualmente, si me acordaba de ella. “Sí, ¿por qué?" “Ha muerto. O eso creo, hace casi un mes”. "¿Qué?" La volví a recordar, cuando éramos críos y cuando caminábamos bajo el calor insoportable. Aquel día de tanto sol quiero pensar que me equivoqué, lo hago mil veces cada día, así que seguro que esa fue una. Y así son las cosas, así fue el final. Uno sin sentido al salirse de una curva cualquiera, por ningún motivo especial. Al parecer murió poco después de tener lo que siempre quiso, un bebé, que iba con ella y se salvó. Busqué por Internet en los periódicos, ahí estaban sus iniciales y también sus vecinos, que la recordaban comentando en los artículos. “La más dulce”, “la mejor persona”. Se acuerdan también de los ojos y de la sonrisa, siempre ahí y espero que sobre un mar menos triste. Al parecer trabajaba en una panadería de barrio, aquí, en la capital, llamada Dulcinea. Le pegaba el nombre y me dio la impresión de que, por fortuna, realmente me equivoqué. Aquel calor que hacía vibrar el aire ante mí me hizo ver espejismos y aquella chica perdida era otra. La última vez que la vi de verdad coincidimos en un autobús que nos llevaba a la ciudad. Hacía mucho que no nos veíamos y seguíamos siendo unos críos, pero unos que se sentaron juntos y ya hablaban de futuro, con la ilusión de los que no han llegado a él. Yo no lo sabía, pero me enfundaría aquel traje. Ella tampoco lo sabía, pero me decía que le gustaría hacer algo de diseño y moda, aunque lo calificó de ilusión idiota. "¿Por qué?" Se encogió de hombros y me contestó, con esa voz siempre bajita. “La gente me lo dice”. “La gente es la idiota. Si es lo que quieres, ve y hazlo”. Sabiendo lo estúpido que puedo llegar a ser, me alegro de que fueran esas las últimas frases. Mucho tiempo la olvidé y ahora me acuerdo y lo volveré a hacer más veces estos días, hasta que la memoria se duerma de nuevo, como siempre fue. Por cierto que las palabras bonitas mienten una vez más, pues la recuerdo y eso no hace que viva de nuevo. Y es que nos creemos cosas que no somos, como especiales. Yo no lo soy, pero la escribo. Esta mañana me he sentado y ha salido esto. No sé hacer otra cosa y a una parte tonta de mí le gustaría que lo leyera mucha gente, pero la verdad, no sé para qué. Y ya está. Este relato es absurdo y no tiene un buen nudo, ni sigue el patrón definido de las historias: héroes, antagonistas, drama. Este cuento, como cuento, deja mucho que desear. Está desordenado, hay elementos gratuitos como el del niño pequeño y tiene cortes imprevistos, que producen anticlímax. Veredicto: está lleno de pecados narrativos. Suele pasar con las historias ciertas.