A los lectores que los jodan

A los lectores que los jodan

La semana pasada dije algo que no pasó desapercibido, algo que tampoco es la primera vez que digo, de una manera u otra.

«Al lector, que le jodan».

Pero es que los lectores son sagrados y sin ellos la escritura no tendría un sentido completo y el lector es, al final, lo más importante.

Y ambos párrafos son ciertos. Es más, el segundo es imposible sin el primero.

Los lectores son sagrados y a la vez no tienen espacio, papel o sentido en el proceso de creación, así que portazo a ellos, sus opiniones y comentarios. Y los verdaderos lectores, los que comprenden el proceso del arte y la escritura, estarán de acuerdo en que les jodan y en que no pintan nada.

Cuando vean el libro en el escaparate ya juzgarán y serán libres. Cuando terminemos de escribir, a lo mejor la historia será suya y no nuestra, como dicen algunos. Pero antes sí es nuestra y no debe ser de nadie más.

Porque yo quiero leer a mis escritores favoritos, no leer mi opinión sobre cómo debería ser lo que escriben, o mi perspectiva sobre cómo enfocar la historia y la manera de contarla. Esa opinión ya me la sé, y como me la sé, no me sorprende y es muy aburrida. Quiero la de ellos, quiero la del artista que me gusta, no un refrito de mí.

Si esos escritores hacen caso de lo que digo, si hacen caso a lo que se les diga, la escritura no será más que el reflejo de otros, no lo que han venido a contar realmente ellos, ni de la manera en la que pretendían hacerlo. Esa historia reflejará las opiniones que se entonen de la manera más asertiva, o se diluirá en la mediocridad del punto medio, la mal llamada sabiduría de las multitudes. Un mito dañino, porque las multitudes tienen de todo, menos inteligencia.

Y encima, si me hacen caso o hacen caso a otros, no los respetaré como creadores, lo siento, pero no. Ni a ellos, ni a lo que han hecho, porque han sido los primeros en entregar lo mejor que tenían al postor más barato, esperando alguna especie de aprobación o algo así. Como en la mayoría de editoriales en las que todo es resultado de un comité de marketing, focus groups y algoritmos, las opiniones son el disolvente del arte.

Yo, como lector, no querría influenciar cómo debe terminar George R.R. Martin su saga de Canción de hielo y fuego. Si quiero crear, escribo y me enfrento a su terrible dificultad, no vivo esa fantasía a través de otros desde la comodidad de mi sofá. Dejo al artista libre y luego ya me gustará o no lo que haga.

En la creación, el escritor es libre de hacer y luego, el lector ya será libre de decir.

Esta misma semana, un creador al que sigo hizo caso de un comentario en uno de sus vídeos. Una persona decía que una frase concreta le inspiraba un cierto rechazo, una cierta incomodidad, porque parecía insinuar algo parecido a la muerte. Cuando volví a escuchar el vídeo, el creador la había cambiado por una totalmente inocua. Personalmente, yo adoraba la primera, tenía, precisamente, una cualidad que te hacía sentir, que es lo que hemos venido a hacer aquí. Tenía una sorpresa, incluso un golpe inesperado. Pero cambiada por la expresión aséptica que trataba de contentar a todos, acabó no apasionando a nadie. Había perdido todo el filo.

Estuve a punto de escribir debajo del primer comentario que el cambio había sido a peor y esa frase era una de las mejores cualidades del vídeo antes de ser cambiada. Pero me contuve, él sabrá, aunque reconozco que, efectivamente, perdí algo de respeto e interés. Yo venía a ver qué tenía que decir (y cómo) el creador que me gusta, no un tipo cualquiera salido del peor lugar del mundo, una sección de comentarios.

El lector, al menos cierto número de ellos, siempre tendrá esa tendencia. Siempre querrá influir, formar parte, querrá que la obra sea un poco suya y enorgullecerse de ello. Por eso, es importante levantar la muralla y a los lectores que les jodan. Al menos, si quieres crear libremente, que es la única manera de hacerlo y, desde luego, la única en la que habrá una cierta probabilidad de que salga algo bueno.

La creación es la fortaleza a salvo de los demás, especialmente de los lectores. Así debe mantenerse.