Opiniones polémicas sobre la escritura

Opiniones polémicas sobre la escritura

Todos tendemos a creer que nuestra experiencia es la de los demás y que lo que resulta autoevidente para nosotros, también lo es para el resto. Pero nada más lejos de la realidad.

De hecho, la semana pasada hablaba de algo que no es compartido por muchos, el hecho de que los cursos de escritura enseñan eso, escritura (algo fundamental), pero no a escribir bien. Y es algo que reconocen incluso Nobeles que imparten esa clase de formaciones en universidades prestigiosas, como V.S. Naipaul. Sin embargo, he comprobado lo «apasionados» que son otros escritores con sus propios pareceres, y cómo les desborda el ansia de hacérselo saber a quienes mantienen una posición diferente.

Así que, en esa línea, voy a comentar otra serie de opiniones sobre la escritura y lo que la rodea que, al parecer, también resultan polémicas en no pocas ocasiones.

Y empiezo por la de que, objetivamente, claro que hay libros malos y muy malos. Y me fascina que haya quien sostenga lo contrario, pero bueno. Otro tema es que, como en el caso de la diferencia entre aprender escritura y aprender a escribir, también haya que diferenciar entre libros buenos y libros que me gustan. Porque yo he leído libros objetivamente malos que me han entretenido, y otros a los que les he reconocido un enorme mérito literario, pero no me han gustado nada. Por ejemplo, pienso que Lolita tiene el mejor comienzo de todos los libros que he leído y su estilo es puro virtuosismo. Y a pesar de eso, no me gustó nada. Pero nada.

De veras que me fascina el hecho de que algunos no consideren que haya libros malos, cuando claramente hay argumentos trillados, personajes o diálogos que dan vergüenza ajena y no se parecen a nada humano, tópicos sonrojantes, chorradas copiadas de la última serie con la que alucinó el escritor, agujeros en la trama por los que el Titanic podría haber escapado del iceberg o, simplemente, resoluciones ridículas, estilos risibles, muestras de que el escritor no sabe de lo que habla, ni ha vivido situaciones como las que describe, errores espectaculares producto de la ignorancia o que, incluso las editoriales más grandes (especialmente las editoriales más grandes), publiquen libros con frases encerradas entre muchas exclamaciones, que encuadran imágenes tan inspiradas como «tableta de chocolate» para referirse a unos abdominales.

Por eso claro que creo que hay libros e historias objetivamente malas y muy malas. Yo mismo he contribuido a ellas demasiadas veces, porque el 90% o más de lo que escribo es basura, y no creo que pueda ser de otra forma si te dedicas a esto.

Otra de las opiniones que no me gana amigos es la de que los «lectores cero», «beta», o como se les quiera llamar, no solo no sirven para nada, sino que resultan fácilmente perjudiciales para el escritor y su historia. Son una pendiente resbaladiza de muy escaso valor, con un riesgo a cambio que no merece la pena.

Hablé largo y tendido de los motivos hace casi 8 años, así que no me repetiré.

Otra opinión, que da cuenta de mi edad y el hecho de que, desde párvulos, ya era un señor muy serio, es mi creencia de que cualquier escritor que se precie debería aprender mecanografía, como un músico aprende a deslizarse por las cuerdas de su guitarra o las teclas de su piano. Yo fui de una generación criada con Olivettis duras como piedras y, de forma autodidacta, porque no había dinero más que para un niño y le tocó a mi hermano ir a las clases de doña Margarita, aporreaba aquellas teclas «AS, AS, AS…» hasta que los calambres recorrían los meñiques. En realidad, abandoné en cuanto pude aquella tortura que no entendía, me apliqué el cuento con retraso y nunca aprendí de verdad hasta muchos años más tarde. Fue un proceso frustrante en el que tuve que perseverar demasiado, pero conseguí algo parecido a una técnica básica.

Y cambió por completo mi experiencia.

Escribir es pensar de otra manera y mecanografiar permite que ese pensamiento se deslice sin interrupción desde la cabeza hasta los dedos. Que los dos extremos de un mismo proceso trabajen en armonía como un todo al servicio de lo que quieres expresar, sin estar rompiendo constantemente el flujo por buscar la letra, mirar al teclado y realizar una escritura fragmentada, debido a una mala técnica.

Muchos escritores persiguen ese estado de flujo tan frágil con mil artificios y, por mucho que parezca una batalla de anciano, mecanografiar y ser capaz de escribir tus historias con los ojos cerrados, contribuye más de lo que parece a esa Arcadia. Si le unes el uso y la inversión en un buen teclado, como el músico elige y cuida los instrumentos con los que practica y crea, descubres que hay formas de hacer que la experiencia de escribir resulte un pequeño deleite para los dedos, la mente y los sentidos, haciéndola más gozosa y proclive a invocar el codiciado flujo.

Otra opinión personal e intransferible es que no me junto con escritores y soy consciente de que eso me ha impedido progresar, no tanto en el arte como en la industria. Pero es que, simplemente, no lo hago. Y para esto no tengo motivo más irracional que el hecho de que no me guste y poco más. En cuanto hay una cantidad mínima de escritores (pongamos dos) en un mismo lugar, creo que es bastante difícil estar, porque no se cabe de tanto ego. Luego son de cristal, estatuas tan enormes como frágiles, pero como decía Bukowski, los escritores somos gente muy aburrida y pienso que es mejor evitarnos. Hablar del arte me da mucha pereza, gran parte de lo que siento cuando escribo, y de por qué lo hago, me resulta incomunicable o queda para los momentos entre la madrugada y yo. Tampoco creo que el resto de escritores aporte algo que mejore lo que hagas. Para quien lo disfrute, quien quiera debatir sobre el arte y el negocio, o quien incurra en el sagrado derecho de la queja, lo último que nos queda a los humildes hasta que también nos lo compren barato, genial, como el resto de todas las opiniones contrarias a las expresadas aquí. Pero no, personalmente, no tengo ningún interés en veladas literarias, formar parte o frecuentar «el mundillo». Las pocas veces que lo he hecho, he tenido que disculparme amablemente, porque necesitaba una ducha.

Creo que la escritura es un arte unido sin remedio a la soledad. Pero, sobre todo, creo en el proverbio que advierte sobre no conocer a tus héroes.