
A veces yo también quiero dejarlo.
Miro hacia atrás y es toda una vida dedicada a escribir hacia ninguna parte, la mayoría de veces antes de que salga el sol. Millones de palabras y no mucho que mostrar a cambio de ellas. Es un pensamiento familiar mientras amanece que se resume en una pregunta sencilla: «¿Para qué?».
¿Para qué seguir? Al fin y al cabo, no importamos, esas son las cosas que uno aprende de los poemas de Percy Shelley, marido de Mary. Y que a veces hay una paz en matar lo que amas, rendirse de una vez y dedicar todo ese tiempo (y cordura) a cuidar de las cosas que dejaste de lado por escribir.
Para esos momentos de debilidad, unos proponen no rendirse nunca como si decir eso arreglara algo, o recordar por qué te enamoraste de esto. Proponen sonreír, motivarse, leer frases vacías y libros vanos. Proponen discursos infantiles, tener esperanza o yo qué sé.
Yo propongo no hacer nada.
Porque la mejor solución, para muchas situaciones, es simplemente esa, no hacer absolutamente nada. Ni luchar ni rendirse, una nada que deje transcurrir el tiempo en una especie de taoismo entendido a medias. Dejar que el desánimo y las ganas de «a la mierda todo» pasen a través de nosotros como el miedo de la letanía de Dune. Si se cumple y a la mierda todo, bien. Si no se cumple, bien.
Propongo incluso no escribir cada día si tienes más suerte que yo y te puedes permitir no hacerlo, ya que no sufres de compulsión ni rigidez patológica. Porque sí, hay que escribir cada día, pero en realidad no y yo admiro a todos esos escritores que una mañana se despertaron diciendo que ya estaba bien, y dejaron a tiempo la tinta y el papel.
Para alguien con necesidad de control desmedida, no hacer nada y no tratar de arreglarlo es toda una gesta.
Nos tomamos demasiado en serio la escritura (yo el primero) y nuestro papel en ella, como si fuéramos reyes cuando somos bufones.
Porque si sientes que debes dejarlo y pasa el tiempo y no lo retomas, no pasa absolutamente nada. Y si vuelves a escribir siete días (o meses o años) después, no pasa absolutamente nada y en realidad no importa, porque de verdad que eso es lo que me enseñó el viejo soneto.
Ozymandias
Percy Shelley
Conocí a un viajero de una tierra antigua
que dijo: «Dos enormes piernas pétreas, sin su tronco
se yerguen en el desierto. A su lado, en la arena,
semihundido, yace un rostro hecho pedazos, cuyo ceño
y mueca en la boca, y desdén de frío dominio,
cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones
las cuales aún sobreviven, grabadas en estos inertes objetos,
a las manos que las tallaron y al corazón que las alimentó.
Y en el pedestal se leen estas palabras:
“Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!”
Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia
de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas»
Imagen: Gabriel Romero