No suelo hablar mucho de la pasión en la escritura, no porque no la considere fundamental, al contrario. Es lo más importante y, como le suele pasar a lo importante, lo doy por supuesto y es un error.
No es ningún secreto que entre mis películas favoritas se encuentra la trilogía de El Señor de los Anillos de Peter Jackson. De hecho, me sorprendió que lo eligieran en su día como director, viniendo de títulos como Meet the feebles o Braindead, obras de culto para freaks marginados por aquel entonces. Pero, al menos, supe que el libro estaría en buenas manos, las de un apasionado por el material que lo amaba de verdad.
Y luego hizo la trilogía de El Hobbit, una basura sin paliativos.
Puedes salvar alguna cosa de la primera película, pero es un asco y el propio Jackson reconoce que es un asco. Y aquí entra el papel de la pasión en la creación.
Si ves los extras de El Hobbit, puedes comprobar cómo Peter Jackson es absolutamente miserable durante el rodaje, está estresado, le devora la ansiedad y, en general, acabó destruido, deprimido y odiando lo que amó.
La producción estuvo plagada de problemas y Jackson no quería hacerla, pero Guillermo del Toro había abandonado el proyecto y todo estaba en la cuerda floja. Además, se hicieron tres películas de un material que apenas daba para una, porque el estudio le recordó que existe un solo dios y es el dinero. Para rellenar, se introdujeron elementos que no estaban en la obra original, tratando también de llegar a un público masivo con gilipolleces como romances forzados sin sentido, o cameos que no pintan ni aportan nada.
Puedes ver cómo el amor permea cada fotograma de El Señor de los Anillos y lo muerto que está todo durante la trilogía de El Hobbit.
Esa es la diferencia que marca la pasión y lo que amas en lo creativo, incluyendo la escritura.
No voy a negar que a mí también me pasa porque, por la maldita manía de tener que comer, alquilo mi escritura como un mercenario a empresas y agencias creativas. Y sin querer, la ausencia de pasión en esos proyectos va afectando a los otros. Al hecho de escribir en general.
Recientemente, la escritora Gabriella Campbell realizó un excelente vídeo (como son todos los que hace) hablando del delicado tema de siempre: dinero y escritura, si se puede vivir de esto. Spoiler: No.
Durante el vídeo, Gabriella comenta el consejo de la autora Mercedes Lackey, que recomienda que lo mejor que puede hacer un escritor es buscarse un trabajo manual. Porque como alternes dos en los que tengas que usar tus habilidades creativas, el monetario afectará al que haces por amor, manchándolo todo.
Y tiene toda la razón.
Por mi parte, quien me haya leído un poco sabrá que intento escapar de eso (con dudoso éxito conforme avanzan los años) tratando de que mi escritura sea lo primero del día, no contaminada por el resto de cosas.
Pero es inevitable sentirte como Peter Jackson, fenómeno que también sucede cuando, en lugar de crear lo que tienes dentro, empiezas a crear lo que crees que quiere el público, lo que te dice el mercado, tu editor, el estudio de cine, el algoritmo o los géneros de moda, con la vana promesa de que así venderás algún libro, además del alma.
Pero no funciona si no nace de la verdadera pasión, si no es lo que quieres escribir.
El problema añadido para muchos creadores es que evolucionan junto a su escritura, al contrario que un buen porcentaje de los que copan listas de ventas.
Una vez expresadas ciertas cosas de cierta manera, los creadores han cambiado, porque eso es lo que hace la escritura con todos los implicados, incluyendo el lector, si esta es lo bastante buena. Y ya no quieren repetir el mismo libro, con la misma portada en otro color y una foto parecida en blanco y negro, mirando al infinito como un idiota.
Entonces viene la duda y la venta de la pasión a cambio de esa quimera que es mantener «el favor del público». Y te ves condenado a crear lo que otros dicen, ya sea en trabajo mercenario como el mío o en nuevas obras creativas que te pide la editorial. Cuando es así, completas la transformación en Peter Jackson durante el rodaje de El Hobbit, una persona hundida, ansiosa y miserable, que hace bueno el refrán de que los odios de hoy son los amores de ayer.
Así que sí, la pasión tiene un papel, el más importante, impregnar y guiar las cosas que escribas. Por eso debe ser protegida a cualquier precio, guardada de todo eso que no comprende que, si salió algo bueno alguna vez, fue precisamente por el amor que no comprometiste a cambio de treinta monedas y la pasión de contar lo que llevabas dentro.