Hace más de 10 años hablaba en esta misma web de que escribir era más una cuestión de energía que de tiempo. Y es verdad, no importa si tienes dos horas libres, pero la cabeza está llena de preocupaciones, o el cuerpo y la mente se encuentran agotados por el suministro interminable de pequeñas mierdas cotidianas.
Pero el tiempo es todopoderoso, hasta los dioses responden ante él (al menos los nórdicos, mis favoritos de pequeño) y es necesario respetarlo y hacerle sitio.
El problema es ser adulto.
Porque cuando lo eres, te das cuenta de que es una (pre)ocupación que nunca se detiene. Siempre hay mil cosas que hacer y, si haces tiempo o te dejas llevar por esa pereza de la que hablaba hace poco, no es porque haya un momento de paz o pausa. Es porque has decidido ignorar ese suministro interminable de pequeñas mierdas, que estarán esperando cuando vuelvas.
Pero hay que hacerlo y no funciona esperar a que tengas un momento. Puede que la energía sea más importante, pero tener toda la del mundo y ni un segundo hará que tampoco escribamos.
En mi caso, tengo dos clases de tiempos para escribir. El que hago y protejo por las mañanas antes de que empiece el día y luego el que encuentro por los rincones.
He hablado mil veces del amanecer, sus comos y porqués, así que no repetiré el soniquete.
El que encuentro por los rincones son esos ratos de la basura, esos 20 minutos hasta hacer la cena, esa media hora que ha surgido no sabes cómo. En esos ratos, si tengo la energía (o a veces sin ella) realizo una escritura más ligera. Así, la uso para repasos sobre todo, poner y quitar comas, pulir un poco, pensar sin presión posibles ideas que anoto sin filtrar… esas pequeñas cosas necesarias para rematar la obra.
Al menos para mí, repasar y reescribir me resulta una montaña más pequeña que llenar la hoja en blanco. Y en ocasiones también, aunque no es mi objetivo, si consigo concentrarme o meterme en el trabajo durante esos ratos más breves y fragmentados, el repaso pasa a ser también un avance en la historia con algo nuevo.
No digo que esto sirva para todo el mundo, porque es cierto que mi manera de escribir descansa mucho en la reescritura (ya que no consigo algo legible hasta el vigésimo repaso o así), pero creo que siempre podemos rescatar un poco de ese tiempo que se nos cuela entre los resquicios del sofá o con el que nos topamos inesperadamente.
Antes se me iba en idioteces en redes sociales o haciendo el scroll de la muerte en el móvil, con el consiguiente drenaje interior que produce eso. Haber borrado esas redes y tratar el móvil como un teléfono fijo (de manera que siempre está en un sitio al otro lado de la casas y no conmigo y, si quiero algo de él, tengo que ir adrede, en lugar de sacarlo como un automatismo del bolsillo) me ha permitido recuperar más de esos resquicios de tiempo que te encuentras en el día.
Es mi modo, pero es cierto que viene determinado por mi circunstancia y cada uno tenemos la nuestra y es casi tan poderosa como el tiempo o la energía. Sin embargo, creo que quizá puedo no ser el único que encuentre esos minutos adicionales por los rincones.