Ser y ser visto

Ser y ser visto

El otro día, leía a alguien que razonaba sobre su fracaso como escritor y su noción de que el problema, en su caso, era que en lugar de empezar en esto porque quería ser escritor, empezó porque quería ser visto como un escritor. Y que esa disyuntiva entre querer ser y querer ser visto es la que marcó toda la diferencia para que, tras años de fantasear, leer, aprender la teoría a fondo y memorizar los mejores consejos, seguía sin historias que contar.

Un poco lo que he comentado alguna vez de que muchos escritores no están enamorados de escribir, sino de la idea de escribir (idealizada por todas partes).

Sin embargo, no creo que exista autor que no haya empezado, o al menos soñado de manera recurrente, con eso tan nebuloso como «querer ser visto como escritor» por los demás, no nos engañemos. En no pocos casos, empiezas por esos anhelos y te quedas en la escritura por el mero acto en sí. Un poco como esos amores que no son a primera vista, sino producto del cariño diario.

Sin embargo pienso que, para muchos, hay un escollo todavía más grande que conseguir ser vistos como escritores por los demás, conseguir ser vistos como tales por ellos mismos.

Y me incluyo, porque yo niego muchas veces mi realidad como autor no siendo capaz de afirmarla en voz alta cuando surge, cambiando de tema enseguida si sale, no compartiendo las escasas victorias…

Por supuesto, esa noción de vernos a nosotros como escritores está muy ligada a que los demás nos vean también así, al refuerzo externo de esa identidad, sobre todo, mediante las buenas críticas y los logros. Sin embargo, no creo que todos los del mundo nos lleven tampoco al lugar de fantasía que siempre quisimos y en el que no vive la duda. Creo que vernos a nosotros mismos como escritores no depende de que publiquemos tal o cual libro o ganemos tal o cual premio, que eso es una zanahoria atada a un palo, porque al final, caes en la trampa del siempre más y nunca es bastante.

Porque cuando te publican por fin un relato, entonces quieres que te publiquen una novela, y que cuando esta salga a la luz, venda mucho o que gane un premio, y cuando ganas un premio o varios, entonces quieres otro porque hace bastante del último… Una cinta de correr extenuante donde lo que pensabas que necesitabas para considerarte escritor, o que los demás te consideren como tal, siempre parece que está al final de un inalcanzable arco iris, detrás de ese otro éxito, alabanza o premio.

Hemingway era un titán con fama que envidiaba el éxito de ventas de Fitzgerald. Fitzgerald era otro gigante que envidiaba el éxito de crítica y consideración en los círculos literarios que tenía Hemingway… Y así siempre con las ansias.

Como con muchas otras cosas, pensamos que hay un punto al que llegar, un logro que borrará por fin esa sensación de no ser bastante, de «no ser escritor». Y que con esfuerzo y éxitos llegaremos a ese punto y podremos relajarnos por fin, dejarnos llevar por la corriente y no tener que estar luchando a la vez contra la hoja en blanco y contra la duda.

Ese lugar no existe.

De hecho creo que, cuanto «mejor» eres, más se acentúa esa sensación de carencia. En parte, se debe a que te has vuelto lo suficientemente bueno como para ver nuevos defectos que antes no detectabas por ignorancia. Es parecido a cuando le preguntaron a Philip Roth si, con el tiempo y la fama, escribir y recibir malas críticas se volvía más fácil, si empezabas a encallecerte y reconocer tu valía gracias a la mejora de tu arte y a pesar de lo que dijeran algunos. Respondió que todo lo contrario, que la piel se iba haciendo cada vez más fina, hasta que se acababa transparentando al sol.

Estoy seguro de que hay toneladas de artículos regurgitados por ChatGPT con soluciones a esta sensación en sencillos pasos, pero no funcionan. Es pura naturaleza humana y no podemos luchar contra la hoja, la duda y la naturaleza a la vez. Debemos rendirnos a algo y seremos escritores mientras no lo hagamos ante la página.

A veces trabajo con música y a veces sin ella, pero en todas las ocasiones la banda sonora de fondo mientras escribo es esa duda constante: sobre mi identidad, lo que estoy contando, el enorme tiempo empleado una vez más hacia lo que parece ninguna parte… A veces me repito que la duda es buena señal y que quien duda piensa, porque sólo los idiotas están exentos de vacilaciones, sólo los malos escritores no se consideran así, pero eso tampoco apaga del todo la voz al fondo.

Escribir se hace a solas y en silencio, pero en realidad nunca es así debido a esos susurros.

No puedo eliminar la duda, aunque a una parte de mí le gustaría, pero al menos puedo normalizarla para que, a veces, en los días de suerte, baje un poco el volumen o consiga filtrarla como ruido de fondo durante un tiempo. Al menos puedo afirmar sin temor a equivocarme que así es como se escribe, a pesar de la duda y no en su ausencia.