Hace un tiempo, leí un artículo de la autora Lynn Steger Strong, acerca de la publicación de su nuevo libro y las muchas sensaciones encontradas que le causaba enfrentarse de nuevo a eso. Me pareció muy interesante, porque comentaba cosas que todo escritor creo que comparte. Cosas como esta:
Los escritores, o al menos la mayoría de nosotros, somos un tipo muy específico de monstruo. Tenemos la arrogancia de pensar que tenemos algo que decir, que alguien podría leer nuestro trabajo. También tenemos una capa adicional de vergüenza por pensar de esta manera (al menos, yo la tengo). A veces, los lectores dicen cosas, y eso siempre es emocionante. Pero tenemos muchos menos indicadores concretos de éxito que la mayoría de las profesiones. A veces, anhelamos una señal clara de que estamos progresando, de que las cosas van bien.
Este es uno de los grandes retos en la escritura, ¿cómo saber que avanzas por el camino correcto? No puedes. Es otra incertidumbre más de la que nunca nos libraremos. Sin embargo, hay otra cosa que Steger comenta y me gustaría compartir hoy.
Ese vértigo que no se va cuando por fin tu obra va a ver la luz. No importa cuántos libros lleves, cuántos años hayas dedicado, ese vértigo es otro compañero de viaje que no nos abandonará mientras sigamos escribiendo.
Como suele ocurrir con otras tantas cosas, algo que parece negativo no es más que una señal de que lo que hacemos nos importa. Como el bloqueo de escritor, el síndrome del impostor y tantas otras cosas muy mal entendidas.
Henry Fonda lo consiguió todo en su carrera como actor. El respeto del público, el de la crítica, premios Oscar… Con 75 años que deberían ganarte el derecho a que ya no te importe nada, seguía vomitando antes de salir a escena en el teatro, como vomitaba siempre antes de su arte, debido a los nervios. Porque amaba lo que hacía y no le daba igual, con 35 o 75.
El vértigo nunca se irá, como no se van a ir la incertidumbre, los nervios, el bloqueo o la sensación de saber muy bien qué estamos haciendo. Pero lo que importa es que lo hagamos de todas formas.
Una vez más, yo sólo vengo a decir aquí que no estamos rotos y no estamos solos si sentimos cosas así. Que forman parte del camino y que, si son brújula de algo, es de que la escritura no nos resulta indeferente aún. Que no nos vale crear y mostrar cualquier cosa.
Con el tiempo, cada uno desarrolla sus propios métodos de afrontamiento. Nunca son mágicos y su efectividad es muy desigual, porque al final, todo se basa en hacer lo que nos aterra en presencia de eso que nos dice que no lo hagamos. Y a eso se reduce todo, por muchas vueltas que le demos.
Cierro con otro extracto del artículo de Steger que, aunque no tiene que ver estrictamente con esto, me pareció también muy interesante:
La mayoría de libros no tienen éxito, ni en términos de ventas, ni de unanimidad crítica. La mayoría de los escritores no ganan un salario digno. Los trabajos permanentes relacionados con el arte (doy clases de escritura en la universidad) son raros como unicornios. Pero ser escritor no es una sentencia que me dictaron, es una elección que he hecho.