El poder de lo vulnerable

El poder de lo vulnerable

Leer las citas y declaraciones de muchos escritores puede ser un negocio deprimente. En muchos de ellos parece haber un destino manifiesto, que el arte siempre fue su llamada, superaron mil dificultades y la vida premió una voluntad invulnerable que, contra viento y marea, hizo realidad ese destino. Ya desde niños sentían la llamada y respondieron con un lápiz en la mano, siempre supieron que era lo único que querían hacer… Festival de tópicos para la construcción de una narrativa de leyenda, que es lo que parece que siempre quisieron ser en realidad. Y digo que es deprimente porque cuando te miras en el espejo, no te pareces a ellos. Muchos días de café soluble, metro y vuelta a empezar, no escuchas el más mínimo susurro de esa llamada semimítica, ni ves claro un camino que, para muchos de los que admiras, parece que siempre estuvo ahí y no lo abandonaron, pasara lo que pasara.

Pero es que los escritores no pueden dejar de contar historias ni, sobre todo, dejar de contarse historias que, cuando miras hacia atrás desde una posición de éxito, se parecen muy poco a lo que ocurrió realmente.

La historia la escriben los vencedores y no suele ser un reflejo de lo que fue, sino el viaje del héroe una vez más, porque no hay nada más importante que el mito. Cuando tienes éxito, muchos te miran y eso siempre nos presiona y empuja a tener una imagen determinada, o a construirla exaltando unos detalles y barriendo otros bajo la alfombra, para componer una narrativa personal que también encaje en lo que crees que gusta a ese público.

Y eso es deprimente porque la imagen distorsionada que proyecta es el espejo artístico en el que nos miramos inevitablemente, pero el nuestro devuelve un reflejo que no se parece. Porque nosotros sufrimos para poner una coma, procrastinamos hasta que no queda más remedio y luego un poco más, dudamos de todo, especialmente de nosotros mismos, y no vemos ningún destino manifiesto en el horizonte. Nos sentimos inseguros y vulnerables y menos mal, porque lo contrario es convertir nuestra historia en otro tópico en el que siempre quisiste hacer esto, empezaste desde ni te acuerdas y algo dentro de ti siempre te dijo que perseveraras a pesar de todo.

El 99% que fracasa también sentía todo eso y no marcó una diferencia, pero al menos el éxito no los volvió tópicos y hay un enorme poder, una enorme fuente de arte e inspiración, en la vulnerabilidad y la inseguridad. En la imperfección y no ser como el héroe de una historia barata, el soniquete de siempre supe que lo conseguiría y superé mil obstáculos para ello.

Y ahí estás tú, con ese café soluble en la mano tras pelearte en vano con tres miserables frases, un martes cualquiera durante el poco tiempo que encontraste por los rincones de la vida cotidiana. Te sientes lejos de esa historia de éxito y arte, desconectado y, al contrario que todos esos que brillan en el Olimpo de la escritura, dudando de todo, ya que no te pareces en nada.

Que es lo mejor que nos puede pasar, porque si nos atrevemos a mirar todo eso y escribirlo, podremos hacer nuestro mejor trabajo.

Cuando a la fotógrafa Sally Mann le ofrecieron realizar una serie de conferencias en Harvard sobre la civilización americana, no se sintió adecuada y dijo:

Oprimida por esta indulgencia e insegura sobre cómo proceder, sufrí un acceso de inseguridad y miedo tan incapacitante que tardé casi un año en responder que lo haría. Y entonces, como me sucede a menudo, la inseguridad que tanto había contenido tras un muro aparentemente impermeable permitió que se filtraran los primeros hilillos de esperanza y optimismo, y por la grieta cada vez más profunda, brotó la posibilidad. Para un artista, la inseguridad puede ser, en última instancia, un regalo, aunque insoportable.

Declaraciones, entrevistas y citas no son historias de realidad, sino de marketing. El artista aprende pronto que en un mundo donde todo se compra y vende, venderse es importante. Se lo susurra la editorial, se lo susurran todos esos que lo hacen y en los que se mira, se lo susurran sus fans, que quieren saber más, establecer una relación, tener acceso a la vida del artista, porque ya no les basta con la obra y lo consideran su derecho.

Así que haces lo que sueles hacer antes de ver a alguien, ponerte maquillaje y la mejor cara, barrer la vulnerabilidad, la inseguridad y los tropiezos. No hablar de los fallos, el llanto y los errores. Eso no queda bien, eso deprime a quien lo lee, eso no habla de sueños y ambiciones, de pensar a lo grande, de mentalidades invulnerables, que es lo que se admira y se compra.

En realidad, no todos los escritores hacen eso. Los buenos no, no al menos en contextos más íntimos, en las cartas a amigos que no esperan que se lean, en entrevistas que, por lo que sea, cruzan la línea de la promoción cuando las preguntas son lo bastante buenas, o esa mañana se levantaron hartos de fingir y vender.

Entonces salen citas como la de Mann, que reflejan una realidad que no solemos ver, pero suele ser la que existe. Salen citas como esta de Hemingway:

Las mejores personas poseen un sentido de la belleza, la valentía para asumir riesgos, la disciplina para decir la verdad y la capacidad de sacrificio. Irónicamente, sus virtudes las hacen vulnerables, a menudo resultan heridas, a veces destruidas.

También dijo que nos rompemos y, a veces, nos hacemos más fuertes en esos lugares. Y con el coraje de contarlo, tendremos una historia que conecte de verdad con aquellos que nos leen, no con lo que creemos que quieren escuchar o con la imagen que pensamos que debemos dar.