Cosas que no me han pedido

Cosas que no me han pedido

Varias cosas sobre mí, que nadie ha pedido.

Mi fantasía es despertar y que nadie me conozca, porque así nadie esperará nada de mí. Ni tampoco a mí. Fantaseo con que eso hace que el extraño peso que vive dentro deje de encontrarme cada mañana.

Empecé a escribir sobre naves espaciales porque vi La guerra de las galaxias siendo demasiado pequeño y eso es lo que hacen las buenas historias a alguien indefenso. Crecí en una época en la que había poco y, si querías más, tenías que crearlo tú. Pensé que pararía, pensé que pasaría. Me equivoqué.

Mi otra fantasía es que un día apagaré el ordenador y ya no lo encenderé más para escribir y de mí nunca más se supo. Es la misma fantasía del principio, pero tras un regateo agotador con la realidad, en la que esta dice que es lo mejor que puede ofrecerme.

Soy incapaz de releer algo que haya publicado o escrito hace un año o más, salvo alguna excepción. La vergüenza me puede. Considero que todo es horrible y no reconozco a la persona que creyó que aquello era bueno o estaba bien escrito.

Echo de menos a esa persona. Escribía de todo y a todas horas con la maravillosa arrogancia que otorga ser lo mejor que se puede ser, joven. Echo de menos ser un idiota que escribe mal.

Me gano la vida escribiendo redactando para malvadas corporaciones y tipos con traje y corbata. Lo odio, pero no sé hacer otra cosa. Anhelo en secreto que ChatGPT me quite el trabajo y eso me obligue a aprender jardinería o carpintería, para vivir lo que me quede con tierra en las uñas o entre el olor a madera recién cortada.

Yo también tenía sueños de grandeza.

El aprendizaje más difícil (y liberador) ha sido que Galen Strawson tenía razón cuando dijo que «la suerte lo devora todo».

Creo que la vida está predeterminada, pero sigo mirando a ambos lados antes de cruzar.

Uno de los consuelos más importantes fue darme cuenta de que todas las inseguridades, errores, vicios, maneras equivocadas, imperfecciones y tropiezos que cometo a la hora de escribir son, simplemente, la manera en la que se escribe. Todo lo demás, fantasías de película de tarde y libros malos.

Creo que las dos mejores cosas que uno puede hacer por su escritura son aprender mecanografía e invertir en un buen teclado mecánico.

Tengo una colección vergonzosa de esos teclados, construidos desde cero, personalizados o modificados para proporcionar diferentes sonidos y sensaciones concretas. Es una afición, que se convierte en arte y termina siendo vicio. Hace mucho, visité la casa de un amigo músico al que admiro y vi su colección de guitarras. Cada mañana, él elegía una. Cada mañana, yo también elijo con cuidado.

Este blog y lo que escribo son apenas una pequeña parte de mí y, como todo lo que un escritor muestra, está seleccionado y editado.

Me considero una persona afortunada y doy gracias muy a menudo por muchas cosas.