Necesitar lo que hay ahí fuera

Necesitar lo que hay ahí fuera

La escritura no debe esperar recompensa, sino que tiene que ser una en sí misma. Pero somos humanos y la realidad es que, cuando alguien nos reconoce lo que hacemos, cuando alguien al otro lado dice que se siente igual y se ha identificado en lo que ha leído, sientes que esa escritura ha alcanzado su verdadero sentido.

Podemos repetirnos mil veces que la escritura debe ser algo que se haga sin más motivo que el de escribir y ya está, que es completa por sí sola. Y será cierto, pero es una de esas verdades que tienes que repetir más veces que el resto, a ver si te la crees.

Porque te la crees, pero no mucho.

La realidad es que, cuando un editor, un lector o alguien que no sea de la familia o los amigos te dice que lo que has escrito le parece bueno, sientes de verdad que todo ha merecido un poco la pena. Un poco. Y también sientes que tienes ganas de ponerte de nuevo y vuelve la inspiración y las ideas y sientes que te expresas y no es en vano.

Escribir es demasiado solitario hasta para los que no soportamos ni nuestra compañía. Al final, sin alguna clase de reconocimiento externo, por mucho que sepamos que no es importante, no nos sentiremos completos. Podemos sentirnos bastante y eso ya es mucho, pero dudo que nos sintamos completos.

Esto no tiene nada que ver con el ego y ese reconocimiento no tiene nada que ver con ser rico o famoso. No hablo de ser un best-seller o de que hagan una película. Hablo de que expresas lo que tienes dentro y sientes que alguien escucha. Una de las peores torturas es el tratamiento del silencio, que te ignoren, que todo haga como que no importas y no existes. Ese tratamiento del silencio es morir un poco y el destino de la mayoría de los escritores.

Es verdad que la naturaleza solitaria e ingrata de la escritura criba a los que no la quieren a ella, sino a la fama o la vanidad, y también que forja el carácter necesario para perseverar hasta encontrar tu propia voz y no esas horribles primeras novelas y cuentos que no quieres releer por vergüenza. Pero cuando el silencio se prolonga, mata la llama, mata las ideas y, en vez de preguntarte qué escribir hoy, te preguntas para qué escribir hoy.

Esto no consolará a los que sienten la punzada de que lo que escriben no importa, pero todos estamos en ese barro, lo parezca o no. Y los pocos afortunados que salieron aún tienen los zapatos manchados y temen volver a él más que el resto.

A todos nos duele hablar y que nos ignoren, porque de verdad que es la peor tortura.