El trabajo del mundo

El trabajo del mundo

Crear es un proceso bipolar en el que ahora amas lo que has hecho y al día siguiente lo odias y luego te parece que no está mal y vuelta a empezar. Un día, estás en un proceso de escritura casi automática que fluye sin obstáculos y parece una obra maestra y, cuando relees al día siguiente, no entiendes ni lo que dijiste.

Y en esos momentos de subida y bajada, siempre hay uno de debilidad extrema en el que te dices que hasta aquí has llegado con una historia. Que lo que has hecho es terrible y mejor que no se lo enseñes a nadie, porque no merece la pena. No lo envíes a esa editorial o a ese concurso, recibirás la callada por respuesta o perderás de nuevo.

Mejor ahorrarse la vergüenza.

Sin embargo, muchos amores que recuerdas son los que te dijeron que no, pero en los que lo intentaste de todos modos. Te tragaste el vértigo y preguntaste, o le diste a enviar el manuscrito. Te arriesgaste y, a veces, se trata de eso y no de ganar.

Luego te dicen que no, como siempre, pero está bien, porque hace mucho me enseñaron que decir que no es una tarea que le corresponde al resto del mundo.

La nuestra es escribir lo mejor que sepamos y, cuando llega ese momento que te dice que no merece la pena exponerte, que eres un impostor y que, de todas maneras, no va a servir de nada, hay que sobreponerse como sea y seguir hacia adelante, aunque sea con los oídos tapados y sin mirar.

Somos los peores jueces de lo que hacemos. Personalmente, soy como esos actores que nunca ven las películas en las que salen, porque no se aguantan en pantalla. Yo no puedo soportar releer nada de lo que he escrito en el pasado, me posee una horrible vergüenza y la ansiedad de que ya no puedo cambiarlo. Además, es imposible ser imparciales, porque convivimos con mil historias mediocres que es necesario escribir para poder llegar hasta las buenas. También convivimos con una enorme cantidad de negativas y parece que esa es la única respuesta que hay.

No nos autosaboteamos ni nos decimos esas cosas horribles con mala intención, sólo queremos ahorrarnos un poco de dolor, que bastante hay ya. Pero no todo el dolor es malo y raras veces nos van a decir ahí fuera cosas peores que las que nos decimos a nosotros mismos. Los escritores podemos ser brutales en la autocrítica, más destructivos que el peor enemigo.

Nos llamamos perdedores, ingenuos por creer que triunfaríamos en el sueño en el que todos fracasan, nos llamamos impostores y vivimos con esa sensación habitual de los sueños en los que estás desnudo e indefenso.

No tengo el remedio contra eso, excepto recordar de nuevo cuál es nuestro trabajo y cuál es el del mundo.

El nuestro es escribir esa historia, el del mundo es rechazarla si es lo que tiene que ocurrir. El mundo no va a hacer nuestro trabajo y nosotros no deberíamos hacer el suyo.