Pensaba que lo de hoy sería una extraña defensa del autosabotaje, pero, en realidad, creo que quiero defender algo todavía más injustificable, que los escritores somos personas.
Siempre he creído que, para escribir bien, hace falta pensar hondo, dominar el lenguaje para poder expresar eso que piensas y, por supuesto, una saludable dosis de autosabotaje. Por suerte, de las tres cosas, esto último es lo más fácil.
El autosabotaje es terrible y su origen es el miedo, aunque, en realidad, el miedo es el motivador principal para prácticamente todo lo que hacemos. Eso sí, muchas veces disfrazado de otras cosas, porque justificarnos es nuestra afición favorita.
Así que practiquemos ese hobby.
Creo que, en algunas ocasiones, el autosabotaje en el escritor también es pura autodefensa y a nadie se le puede reprochar que intente ahorrarse un poco de dolor.
La vida del escritor está hecha de palabras y la que más se repite es «no». Ya comenté en su día que, cuando me puse a contar rechazos y negativas durante todo un año (no especialmente activo) sumaron 113. Creo que no está mal, cada vez que veo que alguien sufrió 27 rechazos o algo así antes de ser publicado o ganar algo, siempre pienso lo mismo, «qué suerte y qué pocos». Igual que, cuando veo a todos esos que dicen que hay que celebrar esos rechazos y colgarlos en la pared con orgullo, recuerdo el meme.

Y como la tesis de hoy es que los escritores somos personas, los noes no son inofensivos. Van horadando, van pesando, los guardas en el desván y no quieres mirar, pero con el tiempo, el techo se comba, luego se agrieta y, el día menos pensado, el «no» más inocente es la gota que colma y todo se te viene abajo. A veces ocurre sin ceremonia, un martes cualquiera.
No pasa nada, dicen los mismos de siempre, te levantas otra vez, te limpias el polvo y sigues, porque eso es lo que hacen los héroes, bla, bla, bla. Qué fácil es pontificar. Si alguien boxea, con el tiempo aprende dos cosas:
Que el tejido cicatrizal nunca te deja del todo bien y no vuelves a ser el mismo.
Que no es tan fuerte como la piel a la que sustituyó y sangra más fácil cuando recibes otro golpe. Que hablo de boxeo, pero podría hacerlo de cualquier otra cosa, incluyendo escribir.
Así que es normal que recurramos al autosabotaje para protegernos un poco a veces, porque el techo del desván se está combando o porque, simplemente, ahora mismo no es el momento de otro no. El autosabotaje no es manera de vivir, ya lo sé, pero en algunas ocasiones es la manera de sobrevivir y no pasa nada, tampoco somos tan importantes, ni estaremos dejando pasar la oportunidad de darle la mano al rey de Suecia. No creo que se le pueda reprochar a nadie que trate de evitar el dolor algunas veces, pocas cosas hay más humanas.
Y sí, me conozco toda la autoayuda de mierda de que quizá haya un sí tras eso que evitamos, que muchas veces el miedo que creamos en la cabeza es peor que lo que la realidad tiene para nosotros. Más bla, bla, bla que soltamos cuando estamos calentitos en casa. Predicar es un hobby muy extendido, pero vivir cansa bastante la última vez que lo comprobé. No pasa nada porque de vez en cuando nos neguemos a salir ahí fuera y nos quedemos tranquilos viendo llover y pasar el tiempo.
Si algo ofrece la vida, son infinitas oportunidades de conseguir otro no.