La hoja de balance

La hoja de balance

No queda nada de 2022, otra diatriba y el relato fugaz de cada Nochevieja, como siempre desde hace mucho. Aparte de eso, este balance del año, el tópico de cada diciembre.

Cometo el pecado de ser aburrido esta vez, ya que no ha habido retos locos, objetivo especial o grandes publicaciones.

Cada mañana, me he aplicado el cuento que repito, he escrito por escribir y ya está, sobre todo, relatos que, como suele pasar, me crean una sensación de deuda. De que si los he traído al mundo, que al menos lo vean un poco.

Así que, como suele pasar también, hay una época del año, un mes o así, en el que envío a concursos y certámenes, movido por esa culpa y hasta que me agoto de repetir las mismas plicas.

Creo que ya hablé de que hay una gran cantidad de escritores que tienen ese mundo profesionalizado, un bosque de lobos en ocasiones, por lo que he podido ver.

El resultado es el habitual en cualquier lotería: el no por respuesta casi siempre, un puñado de finalistas (que a veces acaban publicados en antologías diminutas y bonitas, alguna también al otro lado del océano, esta vez) y el que te sorprende.

En definitiva, no mucho que destacar, un 2022 tranquilo en la escritura, lo mejor que se puede decir de un año últimamente.

Eso sí, hace poco, uno de mis microrrelatos (que ganó otro premio, por cierto, pero no recuerdo qué año, ni qué certamen) acabó narrado por la excepcional voz de radio de Juan Carlos Albarracín, en su micropodcast literario de La página.

Para quien lo quiera escuchar, está solamente en Twitter (que yo sepa), así que, quien desee escucharlo, quizá quiera darse prisa, dado el estado actual de ese pantano.

Hablando de pantanos, sí, yo también tengo cuenta en Mastodon. Twitter era la única red social que usaba, aunque ya apenas, no aportan nada bueno y me canso de ellas, pero que no se diga que corto todos los hilos con el mundo.

Para 2023, ni idea. Creo que hemos aprendido a no hacer planes, ni a maldecir al año diciendo que este sí.

Me conformo otra vez con el privilegio de la tranquilidad. Elegir cada mañana un teclado de la colección que no sé a quién dejaré cuando ya no esté, sentarme a las seis de la mañana y escribir en voz baja, al menos hasta las ocho. Luego, ver el amanecer mientras sube el café, darme ese premio antes de que los demás quieran algo de mí, conservar esa pequeña libertad a salvo de todo.

P.D.: Tras la publicación del escrito, una lectora me ha tenido que recordar que este 2022 también publiqué Cómo vivir de escribir, el libro en el que detallo cómo se puede uno ganar la vida escribiendo contenidos, ya que también soy escritor mercenario. Ni me acordaba, ese es el nivel.