La escritura, como todo arte, es refugio, también para las paradojas, pero es que una cosa y la contraria pueden ser verdad y debemos ser capaces de mantener en la cabeza dos ideas distintas, porque es cierto lo que dicen, resulta un signo de inteligencia.
No hace falta reconciliar antónimos, sólo albergarlos bajo el mismo techo. Así que he aquí la paradoja de hoy, la última del año.
Siempre digo que uno debe escribir por el mero hecho de escribir y lo digo por una razón sencilla, porque amo la escritura y no quiero que muera, sino cuidarla. Se supone que eso debemos hacer con lo que queremos, creo.
Y hablo de cuidarla porque es muy fácil que la escritura quede abandonada, además, de la peor manera, esa en la que le decías siempre que era lo más importante, pero, cuando te das cuenta, llevas dos semanas sin ponerte con ella y ni te acordabas y, al pensar en el trabajo, resulta un pequeño fastidio que quedará barrido bajo la alfombra.
¿Por qué ocurre eso? ¿Qué hace que abandonemos la escritura?
Los motivos pueden ser muchos, pero creo que el más común es la falta de respuesta, de feedback, esa sensación de que nadie te lee y lo que haces no deja ninguna huella. Creer que lanzas tu tiempo por el desagüe y nadie está interesado en lo que tienes que decir.
En un contexto en el que la atención está cada vez más dividida y es lo más codiciado, esa causa de muerte no hará más que crecer.
Así que, después de tanto silencio, creemos que no merece la pena y dedicamos nuestra propia atención a otras cosas y no pasa nada. Los sueños cumplidos son territorio de otros, lo vemos constantemente en las mil pantallas que nos rodean.
La teoría tras todo esto es la que repito casi cada semana, que la escritura es un fin en sí misma, que no tenemos que esperar nada, que nosotros mismos debemos ser bastante. Eso estaría genial, pero la teoría siempre es mucho más fácil que la práctica y sospecho que, sobre todo, insisto por mí, que tengo muy mala memoria.
Necesitamos expresarnos, pero también que nos escuchen. Necesitamos ser necesitados y reconozco que, aparte de repetir(me) la teoría, no tengo muchas más soluciones a cómo reconciliar lo que digo o soportar el peso del silencio. Es lícito buscar a otros y todo escritor debería hacerlo, es a lo que hemos venido aquí y, cada miércoles, yo mismo lo hago.
Escribo por mí, seguiría haciéndolo si me dijeran que el mundo termina mañana y disfruto (y sufro, otra paradoja) con ello. Es el jardín en el que juego, mi castillo a salvo de todo donde nadie puede encontrarme, pero, a la vez, quiero que lo hagan. Sólo cuando quiero, sólo los que quiero.
Paradojas y paradojas, contener multitudes como Whitman, que queda mucho mejor que decir que se puede ser un poco hipócrita, ser una cosa y la contraria, ser humano.
Sé que otro motivo para dejar de escribir son las malas palabras y las negativas, que nos digan una y otra vez que no valemos para esto. Pero de veras creo que el silencio es mucho más destructivo y lo soportamos menos. Y a mí me gusta que todo esté callado, creo que es mi única ventaja en esta carrera de fondo, pero reconozco que es un enemigo formidable, el más peligroso y el que puede arruinar mi jardín y mi fortaleza si no permanezco atento.
Una vez más, otra paradoja.
Sólo queda ya una historia fugaz durante el último día del año, como siempre, un relato inédito que surgirá el 31 de diciembre y desaparecerá 24 horas después. Hasta entonces, feliz año nuevo.