Sueños y nostalgia

Sueños y nostalgia

Más de una vez me han acusado de pesimismo y de que abogo por abandonar los sueños de escritura, lo cual no puede estar más alejado de lo que creo.

No propongo abandonarlos, porque tienen una función fundamental, independientemente de que se cumplan o no. Son la esperanza y el analgésico para una vida que no es amable la mayor parte del tiempo. Me hago viejo, lo que significa hacerse blando. Antes nunca compraba lotería, ahora lo hago alguna vez, sabiendo que no compro una oportunidad, sino un pedazo tonto de ilusión por un par de euros que a veces encuentro en los rincones.

Lo mismo me dicen sobre la nostalgia, porque es verdad que no he hablado muy bien de ella las veces que ha salido a pasear por aquí. Así que supongo que este es un momento para aclarar que, en realidad, no estoy en contra de ella, sino de la mercantilización de esa nostalgia para vendernos plástico o ideologías trasnochadas.

Que es el truco más viejo del mundo, sobado hasta el extremo y parece mentira que alguien caiga todavía en él, pero aquí estamos.

Como soy perezoso, voy a poner el ejemplo más a mano, el de esa serie, Stranger things, una de las más mediocres, tópicas y sosas que me he topado. ¿Cómo la arreglas? ¿Mejorando la historia? No, eso sería trabajo, así que lo solucionas envolviéndola en nostalgia para que tontos de mi generación que vivieron aquellos tiempos, y otros que se creen el eterno cuento de que el pasado es mejor, suelten el dinero.

Pero qué sabré yo, dado el enorme éxito que ha tenido.

Así que la nostalgia en sí misma no me parece mal, porque es hacia el pasado lo que los sueños son hacia el futuro, el consuelo, el pedazo de ilusión tonta de dos euros que encontraste en un pantalón.

Buena parte de la frustración no viene de la vida (aunque también), sino de esos sueños trasnochados que nos venden y son imposibles. Y como son imposibles, nos frustran y los mercaderes de la esperanza nos insinúan que, quizá, no nos hemos esforzado suficiente o no tenemos talento, inteligencia o empuje, cuando lo que hay que tener es suerte. Cuando lo que hay que tener es un boleto que lleva premio y no uno que sólo trae un instante de ilusión tonta.

Así que no, no hablo de abandonar los sueños ni la nostalgia, sino de ponerlos en el lugar adecuado de la casa. Ahí harán su función tan necesaria, a salvo de los traficantes y de todos esos que sólo saben pensar cómo exprimirle dos euros más a los tontos que todavía soñamos.