El contenido y el arte

El contenido y el arte

Hace poco leí una frase que me gustó: «El contenido es para mantener el statu quo y el arte es para empezar una revolución».

Y hoy, un mar de contenido, que no hace más que acelerar su caudal hasta ahogar, sepulta al arte. O eso me parece, aunque, probablemente, esto no sea más que otro caso de viejo gritando a las nubes. Lo que ocurre es que las décadas me resultan cada vez más difíciles de diferenciar en cuanto a moda, tendencias, arquitectura, música, estilos de cine…

Arte, en definitiva.

Puedes distinguir claramente si algo es de los 60, los 70, los 80 o los 90 cuando lo ves. Además, de manera inconfundible. También principios de los 2000 si me apuras, pero como el comienzo de lo homogéneo del contenido que dominará de ahí en adelante.

Lo puedes apreciar al instante en las ropas, la música o el interiorismo cuando aparecen en series, películas o libros. Pero cuesta cada vez más diferenciar una foto de 2008 de una de 2015, o de 2023. Miras lo aséptico de las ropas de Zara, la dictadura del Ikea, los cortes de pelo… Parecen exentos de osadía, de identidad propia y, sobre todo, de ese sentido del ridículo que es necesario sufrir cuando miras fotos antiguas. Eso es algo que parece no ocurrir desde hace casi 20 años, porque sí, surge un poco de vergüenza ajena, pero en realidad, no. Ves esa instantánea y llega la nostalgia de la juventud que ya no está, pero no hace falta que te excuses por tus pintas en que eran los 80 o los 90.

¿Cuál fue el gran género musical que identifica los 2010, por ejemplo?

Lo pregunto honestamente, yo no lo sé e insisto en que, seguramente, todo se debe a que hacerse mayor es quitar en parte el dedo del pulso cultural y no me entero. Porque no me entero de esto, ni de nada. Pero con mi pregunta me refiero a definir de verdad, a cuando ciertos acordes suenan en una historia y ya sabes si son los 60, los 70 o los 90, pero ¿los 2010? ¿Cómo sabes con seis segundos de canción o imagen si algo está ambientado en 2013, 2008 o 2020, tres décadas diferentes?

No sé, me da la impresión de que todo ha quedado sepultado por «contenido», que las plataformas y editoriales escupen sin parar, que los creadores deben manufacturar constantemente, no para llegar a ningún lado, sino simplemente para no desaparecer al segundo siguiente.

Pero inevitablemente, desapareces.

El artista se quema y se hunde y otros miles montados en esa rueda de hámster lo sustituyen y el contenido es tanto que caes en el olvido, porque ese mismo contenido se convierte en algo indistinguible que nunca recuerdas especialmente.

Y por supuesto que puedes encontrar arte e historias en cada momento que no tienen nada que envidiar a las décadas anteriores, pero cada vez hay que bucear más al fondo en un mar más amplio. Hay que atravesar el algoritmo, la fórmula calcada con la que se fabrican las narrativas y la tonelada de estímulo con la que tratan de atraparte. Eso último se hace bien, por algo se paga mucho a ingenieros del comportamiento y expertos en tenerte capturado por pantallas y otro vídeo estúpido más que no recordarás diez minutos después.

Dentro de poco, no harán falta muchos creadores. La IA, siguiendo las fórmulas, generará más y más cosas: más contenido inane en Internet para acompañarte el siguiente segundo y que no haya silencio, más páginas derivativas «optimizadas para SEO», más historias sintéticas que te harán «pasar el rato».

Estamos atrapados por un turboconsumismo feroz que exige contenido y contenido sin espacio para la pausa, que es donde se digiere todo, se crea lo nuevo y tiene la oportunidad de dejar huella y hacerse propio. De gestar una revolución en la reflexión, en el aburrimiento y los tiempos muertos.

Pero es que pararse a pensar es peligroso para ese statu quo que el contenido constante ayuda a mantener.

¿Y qué puedes hacer si tienes el impulso suicida de crear en estos tiempos?

Pues en muchos casos se recurre al shock, por desgracia, que siempre tiene una vida muy corta. En un contexto que grita, no hay más remedio que subir el volumen y perpetuar el ciclo insoportable donde todos chillan y nadie se entiende.

¿La solución si es que mi percepción tiene algo de real? Yo sólo tengo preguntas y tampoco muy claro que sea un problema o no.

La respuesta supongo que es la misma de siempre, sean los 60 o los 2000: crear sin importar. Si hoy todo está saturado y es homogéneo, es porque cada época tiene un reto distinto para el artista y el que toca ahora es este.

Si yo hubiera nacido hace cien años, mi desafío habría sido que ni hubiera podido estudiar, dados mis orígenes humildes y mi trayecto becado. Así que hubiera vivido deshollinando chimeneas y cultivando los campos del señor. Eso me parece peor, claro, por eso no soy de los que dice que los tiempos pasados eran mejores. Sin embargo, es cierto que agradezco haber pasado mi etapa más formativa en décadas que se diferenciaban perfectamente en ese arte, en lo que se respiraba, en la cultura, en el diseño y los lugares, antes de que la asepsia del contenido que no se sale de las líneas lo pintara todo del mismo color.

Lo importante son los likes, el significado qué más da. Total, sólo será un segundo fugaz de atención y, si quieres otro, sube de nuevo a la rueda de hámster. Sigue la dictadura del contenido que le gusta al algoritmo, para ver si este te mira y te expone y recibes atención, la droga más dura que hay.