Es la monotonía

Es la monotonía

En 1918, el sargento Hector Dinning, del Cuerpo de Ejército Australiano en Gallipoli, escribió:

Es la monotonía lo que mata; no el trabajo duro, ni la comida dura. Llevamos desembarcados en esta península algo más de tres meses, pero ha habido pocos cambios en nuestra forma de vida. Todos los días es la misma tarea en la misma playa, bombardeados por los mismos cañones, manejados por los mismos turcos…

No voy a ser tan idiota como para comparar la escritura con la guerra, pero comparten el hecho de que muchos autores (muchas personas) pueden escribir un diario parecido al del sargento Dinning. La monotonía es una fuerza demasiado poderosa y he ahí los días iguales en los que escribes y escribes, tocas y tocas a puertas y no parece haber nada nuevo, que algo cambie o te digan que sí.

El camino a la maestría es monótono y solitario y probablemente un cuento. Escribes y escribes y te preguntas para qué sacrificas los pocos ratos libres. Especialmente, porque todos los días parecen las playas de Gallipoli. Una de las diferencias es que no hay ruido de cañones, las negativas en la escritura tienen forma de silencio, otro signo sutil de que parece que ni importas como para responderte cuando preguntas.

Por eso, escribir se convierte en una de las cosas más frustrantes. Como hablar y que parezca que nadie te escuche, que lo que tienes que decir no interesa, que las mierdas de los demás enmudecen siempre a las tuyas en todas las conversaciones que tienes. Y un día, no recuerdas bien cuál, dejas de escribir porque te dijiste que por uno no pasaba nada, pero ya van diez y luego veinte y al final recuerdas vagamente que una vez quisiste ser escritor, pero poco más.

Ahí está la monotonía que se interpone entre tú y los viejos sueños y le das vueltas al café antes de que te trague el metro. Mientras, Dos Passos tenía más aventuras que Tintín en sus veinte, Mary Shelley escribía a la luz del relámpago en la mansión de Byron y Hemingway liberaba su bar favorito en París de las garras de los nazis.

Tú cuadras el balance, soportas a otro idiota en la tienda, miras sin ver un episodio de Netflix porque no quedan fuerzas para más. Y en general, te repites que para escribir hay que vivir, pero es que tu cuento siempre parece el mismo.

Pensabas que te enfrentarías a esos dragones de los que hablaban los mapas antiguos: a una crítica feroz, a otros escritores a puñetazos como Vargas Llosa y García Márquez, a la censura, a tus demonios, el acoso de los fans y todos los peligros de perseguir el fulgor del que hablaba Fitzgerald.

Pero ¿qué fulgor?

El verdadero pulso es contra la monotonía, lo cotidiano y no convertirse en otro de esos rostros en el metro. La lucha es contra todo lo que no brilla, contra sentirte insignificante y la sensación de que no tienes nada importante que decir en esta obra. La de que eres un personaje no jugador al que los protagonistas encuentran siempre trabajando en el mismo lugar, comprando en los mismos sitios y repitiendo las mismas quejas.

Dinning tenía razón, es ser el decorado de fondo y que la monotonía nos recuerde que los héroes son otros, hasta que un día acierte un cañonazo perdido. No hay que cuidarse de dragones, sino de todo lo que nos susurra que la escritura no merece la pena, que no servirá de nada, que da igual lo que tengas que decir.

Eso ha devorado demasiados libros antes de que nacieran y es el verdadero enemigo.