El camino de la inseguridad

El camino de la inseguridad

No sabemos cómo escribir bien. De hecho, no creo ni que nos pongamos de acuerdo en qué es «escribir bien».

Pero esto es lo que sí sabemos, que la buena escritura, realizada de manera habitual y sostenida, es un proceso arduo y costoso. Un buen párrafo o dos son un parto sencillo que puede hacer cualquiera, no necesitas mucho para eso, porque todos tenemos suerte alguna vez. Pero mantener el nivel durante doscientas páginas, o durante las cuatro o cinco de un buen relato, es increíblemente complicado.

He aquí otro reto añadido, haber escrito bien en el pasado no es garantía de escribir bien en el futuro. Nos ocurre a todos y no es un error o que estemos rotos, es la naturaleza del camino que hemos elegido.

Y como no sabemos de dónde viene exactamente el proceso creativo o cómo reproducirlo a voluntad cuando lo necesitamos, eso nos crea una inseguridad constante. Escribir bien no es algo repetible de una manera que puedas predecir, no es una cadena de montaje, ni se comporta como otras habilidades. Quien maneja bien la raqueta o el violín puede estar seguro de que, nueve de cada diez veces, lo hará más o menos igual cuando empuñe su instrumento de trabajo y rendirá a un nivel esperable, según su entrenamiento. Pero en el caso de un escritor… Cada vez que nos sentamos, estamos a merced de influencias desconocidas que ni siquiera sabemos invocar correctamente o de modo fiable.

El consuelo inútil es que todos, incluidos esos que admiramos en la estantería, sienten el mismo vértigo de qué será hoy y si la musa (a falta de otro término mejor) nos estará mirando y querrá susurrarnos cuando hagamos nuestra parte y nos sentemos a trabajar.

Si hay algo que no nos gusta a las personas es la incertidumbre. Yo no la soporto, me rompe los días, pero es la compañera de viaje inevitable en la escritura. Mientras caminemos por ese sendero, la incertidumbre nos dará la mano y desatará esa inseguridad en la boca del estómago. Con el tiempo, las personas nos adaptamos y, por definición, no puedes domesticar a la incertidumbre, ni a esa inseguridad que provoca. Pero podemos aprender a tolerarla a veces, a hacer las paces o, si no podemos llegar a tanto, a un alto el fuego ocasional.

De hecho, cuando tienes la seguridad de escribir bien y las dudas son pocas, puede ser mala señal. Eso me pasaba a veces hace tiempo, cuando pensaba que había creado algo redondo, cuando terminaba una historia y pensaba: «No creo que escriba nunca nada mejor».

Y meses o años después, relees eso y no puedes soportarlo. No te reconoces, quieres viajar en el tiempo y atarle las manos a tu yo del pasado para impedirle crear semejante cosa.

De veras que odio a la incertidumbre, todos tenemos un nivel de tolerancia diferente y el mío es bajo, es lo que hay. Sin embargo, es probable que Alan Watts tuviera razón y haya una sabiduría en la inseguridad y siempre tendremos que escribir a pesar de ella y en su presencia. Esa sensación en la boca del estómago no se irá nunca, forma parte del precio a pagar.