La eterna inseguridad

La eterna inseguridad

Siempre digo que la escritura es solitaria, pero no es verdad, tiene compañeros de viaje a pesar de todo. Compañeras, más bien, y me parece lógico, ellas leen más.

Una es la incertidumbre. Si no la soportas, y yo no lo hago, el viaje siempre será interesante, que es lo que suelo escribir cuando quiero decir horrible. La otra en el asiento de atrás es la tremenda inseguridad. Y no importa el paso de los años, ni la una ni la otra se bajan del coche. Aquí hasta el destino o hasta salirse en una curva.

La inseguridad viene dada, sobre todo, porque a pesar de todo lo que digo y creo sobre escribir lo que quieras para uno mismo y ya está, es imposible abstraerse de los juicios externos y de que estos tengan un poder desmedido.

Todo va bien y una estrella solitaria en Amazon te descarrila el día, la semana o incluso el mes. Todo va bien y alguien hace una reseña hiriente y pasas del cielo al infierno en dos palabras, para que digan que el lenguaje no es poderoso.

Lo peor es cuando las dos compañeras de viaje se dan la mano y cuchichean, lo peor no es que te quede claro que eres malo y deberías dedicarte a todo eso para lo que ya es demasiado tarde, lo peor es que caminas sin la certeza de si eres bueno o malo.

Es imposible adquirir esa certeza, lo sé, pero si uno escribe es porque le van los imposibles, al fin y al cabo.

Hace no mucho, en mis labores de escritor mercenario, trabajé con una editora que siempre me mandaba unos cuantos comentarios a lo que hacía. Que estaba bien, pero estaría mejor si esto o aquello. Por carga de trabajo se unió al proyecto otro editor diferente, me lo asignaron a mí y, sin cambiar una coma porque buena suerte diciéndole a un escritor lo que tiene que hacer, me convertí en alguien a quien «es una gozada leer». Sus palabras, no las mías, yo nunca me querré tanto.

Así pues, ¿una gozada o bien, pero con matices? ¿Una estrella o cinco? ¿Escribo como un niño de tres años o de manera prodigiosa? Porque eso es lo que dijeron dos personas diferentes de una misma historia hace ya muchos años… el mismo día.

No lo sé, nunca lo sabré y, cuando crea saberlo, vendrá algo a moverme la silla. Cuando esté en lo más bajo, alguien dirá a miles de kilómetros que lo que escribí le supuso consuelo y compañía y, cuando esté en lo más alto, habré cumplido otro año y por fin escribiré como un niño de cuatro. A todo esto se añade otro detalle sobre la escritura, el hecho de que algo bueno o malo tiene su parte subjetiva, pero hay cosas que son objetivamente malas.

Así, nunca sabes a qué atenerte, si la mediocridad está en las líneas de lo que escribes, en quien las lee, en los dos lugares o en ninguno. No hay referencias a las que agarrarse, no sabes bien dónde están el techo y el suelo.

No pasa nada, tampoco te acostumbras, pero no pasa nada, porque no soy especial. Creo que cada escritor alberga esa confusión si dedica suficientes años a este arte. Tampoco es la única manera en la que se manifiesta la incertidumbre, pero hoy recuerdo esta.