La locura es el camino

La locura es el camino

Siempre me ha atraído lo diferente, lo raro, lo del rincón. Lo que no se ve y se oye poco porque lo tapan el ruido y las mil cosas que siempre están gritando «mírame».

Una vez, alguien dijo que me fascinaban los perdedores, pero no es verdad. No necesariamente. Lo que pasa es que la derrota es lo más común en la vida y en el arte, es la naturaleza de esas dos bestias, y la gran mayoría de ganadores con colas en la feria del libro por la que paseé el otro día, me parecen increíblemente aburridos y planos.

Cuando los miro, cuando los oigo y cuando los leo.

De hecho, cada vez más me cuesta encontrar lecturas que conecten y a las que dedicar los días que me queden.

La derrota o la victoria poco tienen que ver con el mérito y demasiado con la suerte. Por eso, al final, creo que la estadística me da la razón. Necesariamente y por la fuerza de los números, la mayoría de los mejores están en las filas de los derrotados, la mayoría de las mejores obras que me encantaría leer nunca saldrán del cajón y, sobre todo, esas son las mejores historias. Porque quien se ha tenido que enfrentar a la duda y la pérdida, ha tenido que esforzarse por cavar más hondo, hablar de lo importante y contarlo con esa voz a la que dejó de importarle lo que pensaran los demás.

Son todas esas personas que perseveran en la tormenta, o a las que ya no les queda otra tabla de salvación porque el barco está hecho añicos y, al menos, quien tiene al arte ya no estará solo.

Dicho de otro modo, me interesan esas personas que, al verlas, piensas: «Está como un cencerro», y no puedes ni imaginar el circo de tres pistas que será su cabeza y qué les lleva a hacer lo que hacen.

Toda esta diatriba porque soy uno de esos que, cuando encuentra algo que le fascina, corre a contarlo a los demás para que estos pongan siempre «esa cara» y hagan «esa pausa» silenciosa, antes de decir «esa frase» de compromiso sobre que parece interesante lo que digo, forzando la sonrisa.

James Cook tiene una colección de más de 60 máquinas de escribir y con ellas hace arte, pero no el habitual, sino dibujos y retratos, lo cual me dejó anonadado en su día y me pasé la tarde contemplando sus obras.

Que, al parecer, aunque luego en esas cosas no es oro todo lo que reluce, Cook ha conseguido, merecidamente, exposiciones y exposición, una cierta pequeña fama. Uno de esos ganadores de lotería, aunque probablemente sólo le haya tocado una pedrea o quizá un quinto premio en cuanto a reconocimiento, no lo sé.

Y que sí, que ya lo sé, que soy raro, viejo y geek, así que tuve la fortuna de vivir la tecnología cuando era chaval, prometiéndonos una utopía y no esta mierda. Sé perfectamente que existe el arte ASCII (que se parece, pero no es lo mismo para nada).

Y que, sobre todo, lo que veo cuando contemplo su obra es a Cook aprendiendo a hacer eso, perfeccionando su arte durante mil horas oscuras que nadie contempló, añadiendo grosor a sus gafas, arrugando un millón de papeles antes de que saliera nada decente, depurando la técnica, tratando de llevarla más lejos en una apuesta que tenía y tiene todas las de perder.

Y me parece tan distinto a la mayoría de lo que veo, que me fascina esa mente que insistió por caminos tan solitarios, lo que pensaba y lo que pretendía cuando perseveraba en algo tan extraño y de otro tiempo. En algo que no parece encajar en ningún sitio, crear un arte con el instrumento ya olvidado de otro.

También admiro la creencia solitaria en sí mismo para insistir con eso. La soledad en el camino y soportarlo, que ya sé que el arte y la creación tienen una naturaleza solitaria, pero no siempre es igual.

Admiro que más de uno le miraría como a un loco y más de dos se lo dijeron y creo que, en esos casos y cuando se trata de arte, esa es una brújula para saber si continuar por ahí o no.

En fin, cientos de palabras como excusa para compartir de nuevo algo que me gusta y que me pongan la misma cara de siempre.