Traer prisa al amor es la manera más rápida de matarlo. Y que, cuando te haces mayor, te das cuenta de que la manera más veloz de avanzar es ir despacio. O que lo mejor que se puede hacer son las paces con tu propio ritmo de escritura y, quizá, de eventual publicación (o no publicación).
Esto último no depende de nosotros y ya hay demasiada prisa en todo, no tiene por qué ocupar también el espacio de la escritura.
Sin embargo, como siempre ocurre con lo importante, es una promesa que suena bien y cuesta más de lo que parece. Para cumplirla, es necesario comprender que el resultado final de las cosas no depende de nosotros y sólo podemos controlar el hecho de escribir lo mejor que podamos y luego abrir la mano, soltando lo que hemos hecho como en una tirada de dados.
Lo que salga en ese dado o no, de nuevo, no es asunto nuestro. Lo es gestionar la desilusión como mejor sepamos y decidir si merece la pena seguir en la partida cuando parece que vamos los últimos.
Gran parte de la escritura no es crear o repasar, es mantenerse en el camino como sea.
De un tiempo a esta parte, tras tres desencantos editoriales consecutivos hace tiempo, reconozco que no me apetece tirar los dados por ahí, así que los arrojo de otras maneras. Hace no mucho, me comunicaron que otra de mis historias iba a ser publicada en México, dentro de un certamen en el que mi escrito fue seleccionado. Debería llevar la cuenta de esas cosas, pero soy un desastre. También me preguntaron si quería ir, pero la otra orilla del Atlántico me pilla lejos y con los bolsillos del revés.
No pasa nada, siento el alivio de los introvertidos cuando se cancela un plan o algo externo me impide formar parte de él. Yo sólo quiero escribir y ver, desde la lejanía que corresponde a los padres, que a mis hijos les va bien si se marchan de casa. Un deseo sencillo.
También reconozco que me cuesta mucho hacer las paces con caminar y escribir despacio, que siempre he sido un manojo de ansiedad tratando de disimularlo.
De pequeño, mi héroe era Alejandro que, a los 33 años, murió habiendo conquistado el mundo conocido. Alejandro era la prisa por vivir y me la contagió y empecé con esa prisa por lograr. Ahora me dedico a algo más difícil, hacer las paces con mi propio camino, en vez de con las expectativas de los demás. Correr demasiado al escribir produce fantasmas en forma de historias en las que no te reconoces, aunque es verdad que, si no escribes en círculos, siempre se producirá esa incomodidad cuando te releas, así que no importa.
Me fuerzo cada mañana a aprender y practicar la lentitud, a no dejar nunca de hacer, pero saber que las cosas no tienen por qué venir cuando yo quiera o ni siquiera venir en primer lugar. Me recuerdo que no pasa nada si es así, que tampoco era mucho mejor cuando corría y que vivir el doble de cosas, la mitad de importantes, tampoco me ha llevado a sitios que eche de menos.