La vida del escritor no tiene sentido cuando te detienes un segundo a mirarla bien. Especialmente, si la comparas con las de los que te rodean. A veces das vueltas antes de dormir y piensas qué has hecho con todos estos años y qué haces con los días y en serio que no tiene trellat, como decimos aquí.
Hay quien cura, hay quien construye, hay quien compra y vende, pero, ¿qué haces tú ante el teclado tantas horas?
Pues cuentas historias, tratas de vivir del cuento y traficas con emociones. De despertar las correctas depende todo.
El problema es que trabajar con emociones es encomendarse al elemento químico más inestable. Por eso la vida del escritor no sé si tiene sentido, pero sí que siempre será suerte, incertidumbre y caminar por el alambre. Dedicarse a una habilidad que nunca sabrás si es la adecuada o si vas bien o no, porque esa es otra, no hay una manera definitiva de valorarla.
Eso lleva a la constante inseguridad de la que hablaba no hace mucho, que se añade a la constante incertidumbre sobre a quién le importa todo esto. No es extraño que la mayoría de escritores fumen y beban tanto, no hay otra manera de soportarlo.
Todas esas sensaciones te asaltan, sobre todo, si no te dedicas a escribir por la superficie de las cosas. En ese último caso, la escritura es sencilla, pura fórmula con los mismos tropos, los mismos héroes predestinados, idéntico triángulo amoroso, el mismo detective alcohólico, la misma secuencia de tres actos con apoteosis final de cartón piedra. Un techo que tapa, unas paredes que protegen y un suelo que pisar. Eso está bien, así el sendero está marcado y tienes la seguridad de caminar por donde no cubre.
Y también es divertido a veces, ¿por qué no? Tampoco es que hayamos venido a este mundo a sufrir, a pesar de lo que decía don Miguel, aquel cura estricto de mi infancia.
Sin embargo, si de verdad te sumerges al escribir, en cuanto lo haces un poco, enseguida se pone oscuro y no se ve el fondo y se mueven todas esas cosas que acechan.
Y como pasa con los viejos tesoros piratas, la mejor escritura se encuentra al fondo de las cosas, donde no hay camino ni sentido claro, donde los clichés, las fórmulas y los tropos no llegan. Meterse en lo hondo es la única manera de avanzar, aunque sin garantías. Lo contrario supone escribir siempre lo mismo, de la misma manera, con los mismos troqueles a los que llamas personajes.
Y al día siguiente, te levantas y te preguntas de nuevo dónde está el sentido de lo que haces. Recuerdas que Camus escribía demasiado bien y afirmaba que la vida era absurda y carecía de dicho sentido, y eso es lo que te hace libre, porque si lo tuviera, no serías más que un tren por una vía, pero si no lo tiene, lo puedes aportar tú. Lo puedes escribir tú.