La rebelión de las máquinas

La rebelión de las máquinas

Creo que, si me sale otro anuncio o vídeo de cómo forrarse con ChatGPT, voy a empezar a cargarme máquinas como los luditas del siglo XIX. Pero no porque sea alérgico a la tecnología, de hecho, siempre he sido un tecnófilo que ha cacharreado con todo lo nuevo que salía. Estas nuevas «inteligencias» no son la excepción.

La tecnología, cuando la descubrí, era la promesa de una utopía, de la democratización del conocimiento y la posibilidad de conectar con otros como tú, sin importar quién fueras. La promesa de que ya nunca estarías solo.

Pero el dinero ha hecho lo de siempre y, ahora, básicamente, es un estercolero de redes sociales que empiezan a seguir el camino del dodo, junto a depresión, capacidad de atención diezmada, destrucción de la democracia e inundación de contenido estúpido o falso.

ChatGPT y las tecnologías generativas sólo van a contribuir a que ese mar de mierda nos ahogue definitivamente. Lo hará en toneladas por segundo de contenido derivativo, manipulador, erróneo y exento de valor o emoción.

Y todo eso, hecho a una escala tan grande, que es capaz de colapsar con basura en instantes, como esas bolas de excremento y toallitas húmedas que a veces tienen que sacar de las alcantarillas.

Hace poco, Neil Clarke, editor de la legendaria revista Clarkesworld, tuiteó que tenían que cerrar la admisión de originales, debido a que no paraban de enviarles mierda generada con ChatGPT y similares. Y no es que fuera algo anecdótico, sino bestial. Así somos a la hora de usar la tecnología y el gráfico que compartió es muy ilustrativo.

Tuit de Neil Clarke sobre el número de envíos realizados con Chat GPT

Lo peor es que no era sólo él, sino que otros compañeros de otras editoriales estaban teniendo el mismo problema.

Nos vamos a ahogar en mierda sintética y esta nunca será buena. No será original, ni emocionante, ni de calidad, no con esta tecnología al menos. Es inevitable por cómo funciona y no lo digo yo, que apenas tengo idea, pero lo que sí tengo son varios amigos trabajando desde hace mucho en ese campo. Porque ChatGPT es nuevo, pero el trabajo en modelos de lenguaje e inteligencias de este y otros tipos ya tiene bastantes años.

Esos modelos tienen algunas aplicaciones limitadas positivas, pero su utilización para eso es y será marginal.

En cambio, además de para saturar editoriales, ya se está usando desde hace tiempo a escala para amplificar lo negativo: correos de phishing bien escritos en los que es más fácil caer, desinformación a la carta con historias falsas que encajen en la paranoia individual de cada uno, creación de webs con información basura sólo para posicionar y tratar de ganar dinero con publicidad (lo cual ahoga en los buscadores a los que tienen algo de calidad que decir), etc.

El problema, según esta gente inteligente que ya dejó de trabajar en ese campo concreto al ver lo que era, es esa palabra que ha pasado desapercibida una vez más en el párrafo anterior: escala.

Cuando llegaron las redes sociales, prometiendo que siempre estaríamos cerca de los que queremos, lo que ocurrió es que cualquier lunático tuvo un altavoz y cualquier persona con delirios encontró un grupo que los exacerbó, en lugar de un grupo social, real y físico, que los templara y equilibrara.

En vez de abrirte al mundo y darte cuenta de que tus paranoias no eran reales, tenías a otros peor que tú metiéndote más hondo en la oscura madriguera, ya fuera por locura o por dinero.

Para los demás, la comparación constante y la falsedad de todos los filtros de Instagram hizo que nos sintiéramos más solos y deprimidos que nunca.

Y los responsables lo sabían, pero ocultaron los datos que lo revelaban y se preguntaron: «¿Cómo podemos captar también a los niños?».

Que los llamen «riqueza sin explotar» en esos informes ya dice todo lo que hace falta saber.

Ahora, se añade la posibilidad de crear una enorme cantidad de ese contenido delictivo o manipulador en segundos, constantemente y por cualquiera. Si algo no funciona, no importa, porque le doy al botón de ChatGPT (o de sus mil hermanos) y hay montones de piezas de contenido más llenando todo, a lo que se unen deepfakes cada vez más refinados en forma de imágenes y vídeos.

Los que lo han creado saben que es así. La empresa de ChatGPT, OpenAI, ya lo comentaba en sus informes desde hace al menos 4 años, que veía intenciones e indicios de esos usos, pero que era marginal. La respuesta es que «les preocupa mucho y hacen todo lo que pueden», que significa realmente que no harán nada, igual que las redes sociales, excepto echar la culpa al usuario de cómo usa la tecnología.

Esa es otra de las mentiras habituales para exculparse, que ahora no me apetece diseccionar.

En cuanto a qué significa esto para la escritura, más allá de hacer la vida imposible a revistas y editoriales, pues llevo toqueteando modelos de lenguaje desde hace bastante tiempo porque, insisto, ChatGPT es nuevo, pero lo que hay detrás es viejo.

De nuevo, la falsa promesa es que ayudará a los creadores como ayudó pasar de la máquina de escribir al ordenador, pero quien los ha usado o entiende mínimamente cómo funcionan, sabe que no es, ni será nunca, así. No con tecnología de transformadores preentrenados que no comprenden lo que están escribiendo. Es una limitación intrínseca, porque se llama erróneamente inteligencia, pero no piensa, ni entiende. Pueden tener cada vez más datos y pulir la redacción, pero falta lo principal.

Así que el contenido que escupe es siempre plano, mediocre, repetitivo y de redacción «decente». Si eres el mando medio de una empresa que busca cómo ahorrar y precarizar a los escritores humanos que trabajan para él, parece genial a primera vista.

En fin, que más ruido y furia de información superficial, inservible y errónea muchas veces (la equivocación habitual es otra de las características de esta tecnología, una limitación muy difícil de solventar, si es que se puede).

Hace bastante tiempo que la tecnología no resulta excitante, sino todo contrario: metaversos, NFTs, criptos… Que por cierto, los cantamañanas de hacerse rico con esas cosas ahora se han pasado a ChatGPT y la «inteligencia» artificial, lo cual también dice todo lo que hace falta.

La promesa que nos hizo a los que toqueteábamos diskettes y nos embobábamos en pantallas de ocho colores resultó ser esto. Más mediocridad y ruido en un contexto ya de por sí saturado.

La lectura y la escritura siempre fueron marginales de todos modos, supongo que tanta mierda hará que se despierte de nuevo una sed por lo auténtico, por la experiencia real, por desconectar y mandar todo esto a tomar por saco.

Allí nos encontraremos.