Un poco cada día

Un poco cada día

Pocas cosas hay más poderosas que lo cotidiano. Se impone y puede con todo y los días exigen un tributo elevado, que arrincona el tiempo que nos queda para escribir y lo convierte en sobras cuando dijimos que sería lo más importante.

Por eso hay que realizar un esfuerzo activo por abrir hueco a la escritura y que no quede aplastada entre la obligación, el trabajo, los recados y ese maldito imprevisto de siempre que nunca te deja en paz.

Mi posición maximalista de escribir cada día es una filosofía más que un mandato, porque solemos hacer la mitad de lo que nos proponemos, así que, si crees en escribir siempre, quizá lo hagas día sí y día no, pero si crees en escribir de vez en cuando, no sé cuánto es la mitad de eso, pero sí que no es suficiente.

¿Suficiente para qué? Iba a decir para escribir bien, pero aún hay que ponerse de acuerdo en qué significa eso.

Hace poco, estaba leyendo el libro de experiencias de una autora en esto de la escritura y comentaba en sus páginas algo que dije una vez: que escribir todos los días no implica necesariamente mil palabras nuevas, ni quinientas. De hecho, alguna de las mejores jornadas implican restar palabras en vez de sumarlas.

La cuestión, para mí, es tratar de que no haya «días cero», días en blanco en los que no tocas a tu viejo amor, ni pasas tiempo a su lado, ni le recuerdas lo mucho que te ha salvado en muchas ocasiones. Agitar las brasas, aunque sea un poco, para que el fuego de lo que tenéis no se apague del todo.

Porque si no, un día lo dejas y luego viene otro y el tiempo hace lo suyo. Así que, cuando quieres regresar tras un «breve descanso», este no fue de un día ni de dos, sino de veinte, treinta o cien, porque de veras que no existe nada tan invencible como la vida cotidiana y su capacidad hacernos olvidar las cosas que amábamos.

En la adversidad y la prueba, muchos dan lo mejor que tienen, pero lo cotidiano es diferente. No hay un dragón que derrotar, solo mil pequeñas mierdas mucho más difíciles de enfrentar porque, para empezar, no crees que sea algo a lo que oponerse, sino la vida tal y como es.

Así que empleas todos los trucos posibles contra esa cotidianeidad. Yo el truco de madrugar más que ella, otros el de que no haya esos «días cero» y hacer siempre un poquito: hoy cien palabras, mañana un repaso, pasado a ver si salen quinientas y así. Otros la alimentan con las migajas de tiempo que encuentran entre el sofá. Y otros más creen en fallar, porque somos humanos y ocurrirá de todos modos, así que mejor abrazarlo y no ser unos neuróticos y permitirnos errar un día, pero nunca dos seguidos.

Me parece una excelente estrategia la de permitirte un día, pero nunca dos sin hacer nada. A mí no me funciona, porque mi pereza es una pendiente resbaladiza, pero cada uno en la guerra hará lo que pueda. Mi única intención escribiendo esto es, quizá, recordarme el enorme poder de lo ordinario y los días iguales, no subestimarlos porque, cuando lo haces, un día despiertas y recuerdas que hace mucho, mucho tiempo, quisiste ser escritor.