Encontrando la voz propia como escritor

Encontrando la voz propia como escritor

Por definición, es imposible enseñar esa voz propia que busca todo escritor, esa manera personal y reconocible de contar historias, que deja de parecerse a la de todos esos con los que aprendiste cuando los leíste.

Si preguntas a diez escritores cómo se encuentra o se construye esa voz, habrá al menos once respuestas. Es un proceso personal que, en cada uno, se manifiesta de una manera, pero hace poco, leía a Gioncarlo Valentine, un fotógrafo de color que se especializa en retratar a gente negra. Y dijo algo que, no importa cómo suene, creo que conecta con la fuente esencial de la que surge esa voz tan particular, esa manera de expresar lo que quieres (más o menos) como quieres.

Una cosa que me ha ayudado a encontrar mi voz fotográfica es el amor. Sé que suena cliché y, para las personas que conocen mi culo fatalista, puede parecer extraño, pero amo a la gente negra. Estoy profundamente enamorado y preocupado por mi pueblo y la historia de mi pueblo.

Mi mayor deseo como fotógrafo es estar siempre al servicio de nuestra memoria colectiva, elevando nuestra historia ilimitada y perseverante y dedicándome a relatar y destacar a las verdaderas luminarias que trabajan hoy. Estoy comprometido con una vida de investigación, de mirar hacia atrás y comunicarme con nuestros mayores, así como siempre mirar hacia adelante. Siempre nutrir las relaciones y levantar las voces importantes de nuestro momento.

Quiero hacer que todas las personas negras que pasan tiempo frente a mi cámara se sientan amadas, elevadas y escuchadas. Ese es el combustible que me mantiene comprometido, así es como defino mi voz.

Al final, buscamos las respuestas complicadas porque no creemos que lo importante pueda ser sencillo, pero, aunque suene raro a las personas que conocen mi culo también fatalista, Valentine tiene razón.

En el fondo y el origen de todo, está amar profundamente lo que haces.

Si mañana fuera rico, empezaría el día de la misma manera y, en los ratos libres que me dejaran los nuevos disfrutes, seguiría leyendo, aprendiendo más sobre el poder del lenguaje, sobre el arte de contar historias. Gravito hacia eso quiera o no, me parece uno de los temas más fascinantes que hay. Nadie me obliga. Si acaso, tengo que hacer un esfuerzo activo por no leer y no aprender y no escribir, ya que la vida tiene otros planes y no ve con buenos ojos que encuentres voz alguna, no sea que le repliques.

Al final, la voz de escritor en cada uno es muy distinta, pero la fuente de la que nace es la misma. Y me consta que algunos escritores no aman lo que hacen. Aman lo que rodea a lo que hacen, la eterna promesa de fama o la fantasía de adoración. Algunos escritores aman la idea de escritura, todo eso bonito que imaginan cuando piensan en ella, pero odian la realidad de la escritura, todo eso que experimentas cuando te sientas por fin a trabajar.

Es muy fácil querer a una fantasía perfecta, pero no hay mérito en eso.

Lo sé porque, cuando era joven e idiota, yo era uno de esos y, ahora que soy viejo e idiota, vivo enamorado de las cosas contrarias. Del momento íntimo y a salvo, del hecho de escribir por escribir y no por enseñar. De todas esas cosas de la escritura que jamás servirán para «ganarme la vida», «hacer algo productivo» o «convertirme famoso». Amo encontrar algo tan aparentemente sencillo como una frase buena, una manera nueva de decir lo de siempre, la imagen que crea en mi cabeza el párrafo adecuado. Me encanta aprender los entresijos del arte de contar historias y contármelas como cuando era un crío jugando en el suelo a imaginar las cosas más extrañas.

Empecé por las razones equivocadas, espero terminar por las correctas y, por el camino, encontrar las piezas de una voz propia.