Dentro de 2 días, esta web cumplirá 19 años. Ha habido enormes cambios desde entonces y mucho se perdió, por vergüenza y evolución tecnológica, sobre todo. Por aquel entonces, las páginas se hacían poco menos que con cincel y sílex.
19 años. Creo que, al menos, he sido una cosa todo este tiempo: consistente.
Sin embargo, la consistencia es muy difícil en la escritura. Lo es en cualquier cosa, pero, ¿cómo es posible que lleve casi dos décadas sin callarme aquí y muchas más sin callarme en general?
No tengo la respuesta, pero tengo una opinión y, como suele pasar, todo se debe a varios motivos interactuando entre ellos, de formas que no acabamos de entender del todo.
En muchas ocasiones, la falta de consistencia al escribir es una cuestión de perfeccionismo.
No quieres escribir cualquier cosa, sino algo que guste, ahora y 19 años después, porque no hay un fantasma más terrorífico que algo mal escrito cuando lo relees. De hecho, estos textos me ocupan más tiempo y repasos de lo que parece.
Eso agota, la perfección es un espejismo que consume demasiada fuerza de voluntad. Y como escribir es una cuestión de energía y no de tiempo, acabas exhausto. Tú querías escribir, pero te cambiaron el verbo por complacer.
La solución a eso no sé cuál es porque, de nuevo, he empleado demasiado tiempo en este texto, pero supongo que pasa por hacer las paces con el hecho de que vamos a escribir mal. Al fin y al cabo, mientras escribamos, es inevitable hacerlo así. Los genios lo son porque sólo vemos el 10% que hicieron público y no el 90% que escondieron en un sótano.
Ese mismo deseo de complacer y recibir aplauso hace que te pienses demasiado si lo que quieres expresar es una idiotez o gustará. En realidad, no pasa nada, porque otra de las cosas que he aprendido en este tiempo es que nunca puedes leer la mente de los demás, al contrario.
A lo que pensaba que marcaría una diferencia, sólo le respondieron los grillos. Y cosas que creía banales se extendieron como la pólvora. Los escritores somos los peores jueces de lo que hacemos.
Creo que he hecho un poco las paces con decir lo que se me pasa por la cabeza. Escribo sobre lo que quiero y está bien. En estos casi 20 años, también he podido ver cómo ese espacio de libertad que prometía Internet no se hizo realidad, sino todo lo contrario. Los pequeños y sus reductos son desplazados hacia los bordes e invisibilizados por el algoritmo, que premia páginas poderosas, optimizadas, etiquetables y monetizables. De un tiempo a esta parte, esta web ha ido siendo cada vez más apartada por los buscadores y, francamente, ha sido otra liberación en parte.
Como ya dije, quité las analíticas de esta página y con ellas se marchó parte de la presión por agradar. Pocas cosas hay más liberadoras que eso para una personalidad como la mía.
Sin esa presión pisando la manguera de la creatividad, la escritura fluye más y el atrevimiento es mayor. Me cuesta darme permiso para escribir mal y enseñarlo, pero convertirse de nuevo en pequeño, paradójicamente, ayuda y libera. Vuelve a ser como aquel principio lleno de relatos horribles, donde exploras sin miedo ni expectativas. Como no puedo ver ya qué triunfa más o menos, tampoco tengo la influencia de tratar de repetir una y otra vez aquello que consiguió la validación de los demás.
«Todo el mundo podría escribir a diario si se diera permiso para hacerlo mal». No recuerdo dónde lo leí o quién lo dijo, pero es cierto.
Otra de las cosas que hace difícil ser consistente es que hoy es imposible aburrirse y, por tanto, es imposible crear, ya que lo segundo es consecuencia de lo primero. Ya he tratado el tema del aburrimiento alguna vez, pero es que, si estás consumiendo estímulos todo el rato, es imposible dejar espacio para crearlos.
Todo el contexto que nos rodea empuja para llenar cada minuto con algo, hace imposible pararse un momento y dejar que la cabeza se vaya donde quiera y encuentre ese pequeño pedazo de creatividad necesario.
Mucha gente cree que esa es una cuestión de falta de fuerza de voluntad, pero no. Lo que nos rodea ha sido manufacturado adrede para que sea imposible aburrirse y, si haces sitio a lo bello y lo inútil, empiezas a sentir la culpa y la presión por «ser productivo». Pocas cosas hay más horribles que esa. Vivimos en un contexto diseñado por una ingeniería del comportamiento que ha creado esa sensación aposta, pulsando botones dentro de nosotros que no podemos contrarrestar, no al menos sin un gran esfuerzo.
Escribir por amor al arte es, por definición, el extremo contrario de lo productivo y eso implica ir a contracorriente, algo difícil de soportar.
Además, casi todo con lo que nos llenan suele ser vacío y superficial. Que está bien, porque distraerse es una necesidad, pero también es cierto que lo que creamos es producto de la materia prima que consumimos. Si todo es banal y un puñado de gente convulsionando en TikTok, al ritmo del autotune de moda, no nos debe extrañar si lo que sale se le parece.
Sé que Internet es la tierra de los extremos, pero no abogo por leer a Sartre todo el tiempo, nada peor que un intenso. Sin embargo, una dieta constante de chorradas y enfado, que cambia al día siguiente, según convenga, no nos llevará a la historia que siempre quisimos contar, y no nos saldrá nada cuando lo necesitemos.
A eso se une que el contexto también es agotador. Demasiado. Trabajo que te vacía, preocupaciones monetarias y de todo tipo si lees las noticias, niños, obligaciones y los demás preguntándote: «¿Qué hay de lo mío?». De nuevo, tenemos cada gota de energía hipotecada y no voy a repetir de qué es cuestión la escritura.
Por último, ser consistente también consiste en cavar cada vez más hondo para encontrar qué decir, a menos que seas de los que cuenta una y otra vez la misma historia. Pero claro, eso también implica desenterrar y exponer lo vergonzoso, lo que metimos en el último rincón, lo que encerramos en la celda del fondo.
Es ahí donde se puede encontrar la mejor escritura (con un poco de suerte y habilidad), pero también resulta aterrador y bastante lo es ya la vida como para añadir más peso a ese plato de la balanza.
Se quedan cosas en el tintero, pero es que la consistencia es un asunto complejo y difícil, con una mezcla de estos motivos que es diferente para cada uno. Si acaso, creo que a mi consistencia también ha contribuido aprender pronto que la creatividad es un músculo y un hábito. Sé que eso desmitifica mucho el arte, pero no somos especiales y eso está bien. Quitarse importancia es el primer paso para expresarse más y de manera consistente.
Cuando sabes que no va a importar de todos modos y eres capaz de recitar Ozymandias, te atreves más a menudo.