Desde hace algunos años, a la hora de leer, me ocurre que muy pocas cosas me atraen. Que al primer puñado de páginas me entra la pereza, porque me suena todo un poco demasiado, lo que se está diciendo y cómo se está diciendo.
Menos mal que hice las paces con dejar un libro a medio.
Cada semana, también voy al cine sin falta y la mayoría de películas me causan la misma sensación, ellas más aún. Y el motivo de que todo parezca lo mismo es que todo es lo mismo, idéntica fórmula una y otra vez, contada de modo calcado.
Porque si hace quince días hablaba de las fórmulas literarias para bien, hoy la moneda cae del otro lado y ya avisé de que lo haría.
Más que nunca, editoriales, escritores, productoras y cualquiera que emplea historias, desde políticos hasta empresas, usan las mismas fórmulas una y otra, y otra, y otra vez.
El día de la marmota, pero sin ninguna gracia.
Y lo peor es que no se esfuerzan por apartarse ni un centímetro o tomar el camino a la derecha, al menos en la ejecución. Que si lo haces, el editor, el productor o el director de marketing (que no sabes qué pinta ahí), vienen a dar su opinión y es la que cuenta. La fórmula se ha reducido a la mínima expresión, a pintar sin salirse de la línea, ni cambiar siquiera los colores.
Cada dos por tres, veo a escritores que se quejan de que ciertos géneros se miran por encima del hombro y se consideran inferiores, cuando no debería ser así. Efectivamente, menospreciar un género u otro no tiene sentido alguno, pero esa crítica no suele ser en realidad un problema de género literario, sino de que casi todo son clones en él. De que es la misma historia, con los mismos títeres personajes y hasta con portadas indistinguibles.
Ocurre porque hay razones comerciales poderosas para esas portadas y argumentos copiados, la principal, que las fórmulas y las historias parecidas funcionan porque a las personas nos gusta lo conocido y lo familiar. Porque, quizá ahora más que nunca, necesitamos evasión, el consuelo de que hay algo que no cambia y apagar la cabeza, así que no me hagas trabajar también en mi ocio, que ya llevo doce horas haciéndolo sin llegar al sueldo mínimo.
Eso, y que el algoritmo necesita catalogar con etiquetas, así que no se te ocurra borrar fronteras o hacer algo inclasificable. De hecho, en la propuesta literaria di bien claro a qué se parece, no sea que te atrevas a hacer algo distinto.
En los últimos tiempos, especialmente, muchas novelas parecen adaptaciones mediocres de cine o series, porque estos medios parecen influir más en la literatura que la propia literatura. Hemos llegado a la paradójica situación de la existencia de escritores que no leen, que adaptan la enésima versión de lo que han visto en una pantalla. Pero es que el cine también ha sido influido salvajemente por videojuegos, cómics y departamentos de marketing, que insisten en que ya no tenemos atención suficiente y tiene que ser cada vez más simple.
Así, todo es lo de siempre con antagonistas y motivaciones indistinguibles, una trama que cabe en una servilleta y una sucesión de escenas en las que los protagonistas no son más que esclavos del mismo argumento olvidable: ir a sitio A para conseguir objeto B, luego ir a sitio C para conseguir dispositivo de trama D, que derrote a malvado o problema, aprovechando el punto débil G. Todo, con los mismos personajes arquetípicos y las mismas situaciones supuestamente emocionales entre ellos: el triángulo amoroso, el descubrimiento de la fuerza interior, etc.
Mis viejos juegos de Spectrum reducidos a la mínima expresión.
Así que buscas propuestas nuevas, historias no trilladas, alguien que se moleste en contarlas con un mínimo de emoción o cariño o, al menos, sin que parezca que está tachando casillas de una lista que le dice lo que tiene que incluir, como una receta de cocina.
Y de vez en cuando, lo encuentras y es magnífico.
Alguien que se atreve a hacer algo distinto, a escribir en la frontera, que es donde ocurre lo interesante. Alguien que cree que, en una vida de días iguales, las historias que nos consuelen no tienen por qué ser también así. Que pueden atreverse a hacernos pensar, si quieren, y a desconectarnos en el momento preciso o poner emoción genuina, en lugar de manufacturada.
No los suelo ver en las listas de ventas, a las que acabo de echar un vistazo y podrían ser las del año pasado o el anterior, porque me suenan los trazos y las siluetas de las cubiertas. Puedo adivinar la historia que cuentan y cómo.
La fórmula ha hecho demasiado daño, porque lo que era un instrumento al servicio de algo importante, que contar con sentimiento real, se ha convertido en un fin en sí mismo. La biblia a seguir en cada historia para la que se vaya a arriesgar dinero. Se pone delante el carro y a mí no me funciona, pero no pasa nada, porque no soy significativo. Cada vez que algo me gusta en el supermercado, lo quitan siempre por el mismo motivo: no se vendía.
De verdad que no pasa nada, sigo buscando al puñado de buenos valientes. Esos que también usan la fórmula a su antojo cuando la necesitan, pero no se dejan usar por ella.