Hace mucho, mucho tiempo, ya hablé de la pistola en la cabeza. Me gustaría haberme librado de aquello casi diez años después, pero lo cierto es que sigo escribiendo más y mejor bajo presión, que en esas épocas en las que fluyes un poco sin rumbo, pensando qué historia quieres contar y con un lienzo en blanco sin límites.
Se ve que la libertad no me sienta bien, pero, al menos, he descubierto en buena parte por qué es así y es probable que no esté solo en esto.
En mi caso, escribo mejor bajo presión de fechas y exigencias, porque no me permite pensar demasiado.
Cuando el reloj hace tic tac, las tonterías se callan y no tengo tiempo de agonizar mil veces en mi cabeza sobre esto o aquello, sobre detalles que, en el fondo, no son importantes.
Me da igual si es un efecto secundario del perfeccionismo o si, simplemente, es otra de las mil máscaras con las que baila la procrastinación. Escribir también es pensar y muchos escritores pasamos demasiado tiempo dentro de nuestras cabezas. Son capaces de crearnos casi todo lo que necesitamos, pero también que nos perdamos lo de ahí fuera.
Además, esto da buena cuenta del mito dañino de la motivación, de que tienes que estar de cierto ánimo, o hacer esfuerzos para motivarte primero y luego ya surge la acción, como en tierra fértil. Eso sirve de excusa para procrastinar y la dirección de la causalidad es la contraria. Es la acción la que va primero, debemos iniciarla como sea por el motivo que sea (como que no tienes más remedio), y ella ya dará lugar a la motivación.
O no, porque su presencia no debe ser siquiera necesaria para actuar.
Cuando tienes que hacer algo y una espada de Damocles está a punto de caer sobre tu cabeza, sacas fuerzas de donde sea, inspiración de los rincones y, en general, montado en la adrenalina, empujas hacia adelante lo que sea necesario. Puede que mal, pero mal es la casilla de salida de la buena escritura.
Al menos, así es en mi caso y todo lo que detenga el parloteo incesante de mi cabeza es bienvenido a esta casa, que muchos días ni me oigo escribir de tanto ruido que hay en la jaula de grillos.