El otro día volví a escuchar una de esas frases de gurú de mercadillo. Una de esas muestras de lo que ya dije hace casi 10 años cuando hablaba de la mentira de las palabras bonitas.
La frase, que seguro que has oído alguna vez, es que cada día se nos conceden 24 horas a todos y que el tiempo es el gran ecualizador. Que Bill Gates y tú tenéis el mismo cada día y todo depende de cómo lo uses. Todo, para perpetuar un discurso envenenado y culpabilizador sobre que, si ahora mismo no estás ensayando para recoger el Nobel, la culpa es tuya porque desperdiciaste las horas en Netflix o el móvil, en lugar de hacerlo frente al teclado y tus historias.
Creo que concluyó con que el tiempo era lo más democrático que había, lo cual es una de las idioteces más absurdas y sin sentido que alguien puede decir.
Porque si de verdad crees que Beyoncé, Warren Buffet o cualquier otro ejemplo de «éxito» que quieras poner, tienen el mismo tiempo que tú cada día, entonces yo tengo un terreno en Marte que vendo a buen precio y a lo mejor te interesa.
Porque si crees que Elon Musk o Rosalía van a Mercadona a comprar, llevan y recogen a los niños, limpian la casa, se hacen la comida y se pasan 8 horas más atascos en una mesa de oficina, de verdad que ese terreno te va a encantar, porque tiene unas vistas tan increíbles como lo de que a todos se nos concede el mismo tiempo.
Además, no es verdad que no se pueda comprar más tiempo. Siempre puedes comprar el de otros para liberar el tuyo, que es lo que hacen esos que ya han llegado al éxito.
Porque si de verdad crees que Taylor Swift pone la lavadora y se pasa los sábados por la mañana aspirando el pasillo… Eso lo hacen otros, que luego llegan a casa derrengados e incapaces de poder mover un dedo por esos sueños que inculca la gente que dice que todos tenemos el mismo tiempo cada día.
No es verdad y tampoco es importante, porque como ya dije también hace demasiado, escribir no es solo una cuestión de tiempo (que también, obviamente), sino que es, sobre todo, una cuestión de energía.
Y esa energía, aunque te queden un par de horas, queda absorbida por el metro, la hoja de cálculo, reponer estanterías, repartir paquetes, vivir en reuniones o lo que cada uno haga. Y cuando terminas, queda absorbida por todo lo que espera en casa. Por la pelusa de los rincones, la ropa sin lavar y otras mil pequeñas mierdas.
Y has de descansar o morir, desconectar o cortocircuitarte.
Así que no, el tiempo no es el gran democratizador. El tiempo, igual que muchos, discrimina y se pone del lado de los que tienen poder, porque no es idiota.